sábado, noviembre 23, 2024
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OTEANDO | El regreso de Yeison: sustancia de la espera, confirmación de lo invisible


Por : Emerson Soriano


Hosner Domezil es mi amigo. Lo conocí hace tres años. Es laborioso, buen padre de familia, adventista del séptimo día y vive en San Lorenzo de Los Minas. Hosner no tiene muchos familiares aquí, apenas si cuenta con algunos parientes y amigos que, como él, han venido desde Haití a probar suerte en nuestro país. Su situación migratoria está regulada y trabaja de sol a sol para mantener su familia y ahorrar para realizar sueños en su tierra amada, Haití. Sus días transcurren con la misma normalidad que la de cualquiera de nosotros. Se levanta, su mujer le hace el desayuno -o cuando no, lo hace él mismo-, se acicala y sale a hacer trabajos de albañilería, plomería y otros en los que es muy diestro. No ama el dinero, lo concibe solo como un bien con valor de uso e instrumento de cambio para obtener otros bienes que les son imprescindibles. Practica su fe aferrado a la promesa de una vida eterna junto al padre que está en el cielo.

El día 18 de julio, a las cuatro de la tarde, su pequeño Yeison Dumezil fue al colmado a comprar uno que otro antojo de niño -seguramente un dulce o un helado- con algunos centavos que le proveyó su padre. Al principio, sus padres no notaron su retraso en volver a casa, quizás porque estuvieran ocupados en los deberes domésticos o atendiendo alguna visita -los haitianos suelen visitarse mucho y son muy gregarios, en el sentido positivo de la palabra y, además, generalmente son padres abnegados-, pero, la ausencia de Yeison no tardó en notarse. El amor paternofilial suele hacerse más túrgido en entornos de limitaciones materiales, donde las distracciones virtuales escasean y lo poco que se consigue no se arriesga en gastos superfluos. Se registra así una proximidad que no da cabida al descuido de los seres queridos. Ni camino al colmado ni al llegar a este pudo darle nadie razón de su joya y motivo para existir.

La alegría hogareña se ha trocado en tristeza desde entonces, levitantes se hayan los corazones de sus padres, y el sueño se resiste a acompañarlos. “Yo oía y veía en las noticias informaciones de personas desaparecidas, pero jamás pensé que me ocurriría a mí con mi hijo, ni mucho menos el dolor y la incertidumbre que ello causa”, me dice mi querido amigo Hosner con voz entrecortada.

Y es que, hasta la muerte misma es considerada fuera de la justa alteridad que reclama. Solo cuando la desventura nos toca, entramos en contacto con su cruda realidad.

Ahora solo queda esperar el milagro del Dios al que sirve Hosner, y su consuelo se legitima en el salmo 124:8, que reza: “Nuestra ayuda está en el nombre del SEÑOR, creador del cielo y de la tierra”. Sé que lo hará, pues yo también lo confieso y le sirvo, en mi catolicismo. Sé que cuida de sus hijos y colmará complacido los anhelos de estos padres de tener de vuelta a su hijo en casa. Pido la oración de mis lectores para que así ocurra, y juntos celebraremos su llegada renovando nuestro compromiso de reconocer a Dios en su inmensa misericordia y amor.


 

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