miércoles, octubre 30, 2024
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OTEANDO | ¡Ay no, Amnistía Internacional!


¡Ay no, Amnistía Internacional!

Por : Emerson Soriano


Seguramente todos saben lo que es una ONG. Se les llama Organización No Gubernamental. Se ocupan de todo cuanto se le pueda ocurrir al más “iluminado” de los humanos. No forman parte estructural de los gobiernos nacionales, pero presionan políticamente para -en su altruismo- recibir apoyo moral y financiamiento que pagamos los contribuyentes del país donde se origina, y los de otros más que se adicionan. Su activismo va desde la lucha contra el hambre hasta la lucha contra la guerra, pasando por renglones de la existencia social tales como la niñez, el medio ambiente, la salud, el terrorismo, el narcotráfico, la inmigración y un inacabable etcétera que podría llenar este periódico. La mayoría tiene su origen en una noble causa; pero, una vez su desempeño las implica en el quehacer político, cuya actividad es la primera que niegan cuando se les endilga -como si la política no fuera “gestión de conflictos para el proveimiento de bienes públicos”-, empiezan a recorrer el camino de la servidumbre propio del que recibe dádivas, pues quien las da siempre encuentra la oportunidad de obtener rédito político de ellas.

Así las cosas, podemos decir que Amnistía Internacional, fundada en 1961 por Peter Benenson, tiene como objetivo misional la defensa de los derechos humanos allí dondequiera que estos se vean conculcados en su disfrute y ejercicio. Nada más altruista. Pero “el uso de la razón para dirimir en favor de la Polis”- tomando prestada la expresión que usaba Aristóteles para definir la política-, también produce sus “externalidades” : a veces, los destinatarios del activismo de Amnistía Internacional terminamos solventando, cuando hacemos caso a sus “brillantes ocurrencias”, a un precio muy caro, su actitud genuflexa ante muchos de sus padrinos (dentro de los cuales siempre se encuentran los países poderosos y sus organismos multilaterales), los cuales no solo le proveen financiamiento, sino también reconocimientos de la más alta índole justificantes de su desempeño.

No es un secreto que, en ocasiones, las autoridades militares y migratorias cometen excesos en relación con el trato a extranjeros, especialmente con respecto a los haitianos. Yo mismo he denunciado la semana pasada, en mi participación en el programa “El gobierno del sábado”, de la emisora radial Z101 que, en Constanza, unos militares irrumpieron a la una de la madrugada en una choza de haitianos, supuestamente en un operativo de deportación, que dio al traste con la vida de una anciana que falleció a causa de un infarto que le produjo el susto. Por considerarlo un eufemismo, no me atrevo a utilizar aquí el término “daño colateral”, del cual muchos conocen su origen como validador final de las atrocidades cometidas contra la población civil en Vietnan por Estados Unidos de América en su incursión bélica en ese país, pero, aunque doloroso, sí puedo calificarlo como un daño adicional producto del manejo ignorante de nuestros militares, que comparten con la mayoría el prejuicio producto de un antihaitianismo dominicano,  correlato del antidominicanismo haitiano, mismos que tienen etiologías diferentes; el nuestro, en el instinto de preservación, y el suyo, en la idea de “una e indivisible”, y al que se nos induce desde las aulas -a unos y otros- al  formarnos para interpretar la historia y no para comprenderla.

Como resultado, y dado que Amnistía Internacional no conoce ninguna de esas realidades, no le permitiremos que venga a darnos clases de cómo manejar la cuestión haitiana desde las confortables oficinas que alojan su sede, y mucho menos a partir de calumnias acerca de nuestra ineptitud para construir una sociedad libre de “racismo”. No soy mixófobo, pero tampoco decididamente mixófilo. Quiero que mantengamos nuestra identidad cultural, y creo que a los haitianos hay que permitirles que hagan su propio camino. El Pacto Mundial sobre Refugiados no es aplicable en los países fronterizos. Aplicarlo sería una amenaza de disolución del país receptor; porque, admitido el primer grupo, el resto se deslizará por el mismo bajadero, máxime en una frontera sin frontera como la nuestra.


 

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