viernes, noviembre 22, 2024
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¿Cansancio? Más allá de la abstención electoral


Por : Ricardo Nieves.

Las elecciones presidenciales y congresuales del pasado 19 de mayo deben ser vistas y examinadas más allá de la abstención electoral. De un padrón que supera los 8 millones de inscritos, tan sólo 4,4 millones de ciudadanos acudieron a votar, es decir, un poco más del 50% de los convocados. Por ende, la abstención alcanzó el 46% en el nivel presidencial, la más alta de los últimos 30 años y superior a las del 2020 (44.7%), desarrolladas en plena pandemia del Covid-19. Precedidas de las municipales del 18 de febrero, cuando el 53,33% de la ciudadanía fue indiferente al llamado para escoger a los representantes locales, las recién finalizadas aumentan la preocupación y, más que todo, el riesgo del ausentismo político, consecuencia fulminante para el modelo democrático.

Aunque las encuestas más reputadas proyectaron estadísticas muy parecidas a los resultados finales obtenidos por los diferentes competidores, ninguna firma pudo pronosticar el grado ni el comportamiento sorpresivo de la abstención registrada. Este fenómeno sociopolítico es tendencia merecedora de interpretación y análisis, ya que, hasta hace poco, República Dominicana aparecía como uno de los países del área con mejor participación política y convocatoria electoral.

En el Distrito Nacional, codiciado y distintivo, la concurrencia fue del 58%, mientras un 42% se abstuvo, oscuro reflejo de la acrecentada apatía que invadió la principal plaza política de la nación. Las provincias de Santiago (52%) y Duarte (46%) mostraron unos niveles históricos de abstención, alejados de la efervescencia partidaria de tiempos pasados. Dos territorios de configuración social y económica distintos a los anteriores son Pedernales (Sur) y Dajabón (Norte); el primero con la menor población del país (34,375), y el segundo, con 74 mil habitantes. Oh, ¡sorpresa!, en ambas poblaciones fronterizas, el 71% de los ciudadanos inscritos decidió votar ¿Qué pudo marcar esta diferencia tan radical de dos territorialidades muy disímiles en población y movilidad socioeconómica?

Similar, la provincia Independencia, de escasa población (60, 692) y un padrón electoral de apenas 28,450 ciudadanos, congregó la mayor cantidad de votantes: 74% de los electores acudieron a sus respectivas mesas. El contraste de las demarcaciones tiene lecturas diversas, replantea la necesidad de un análisis más a fondo y oportuno. Acaso los territorios menos favorecidos económicamente son proclives a mayor clientelismo y asistencialismo político, sumado a viejas prácticas que riñen con la ley. O, de otro ángulo, puede que la indiferencia se haya manifestado con mayor ahínco en aquellas provincias donde la clase media tiene más peso específico.

Bajo el patrón de los menos favorecidos, aparecen Baoruco (52,683 pobladores) y Monte Plata (205, 000), cuyas localidades movilizaron un significativo 69% de los habilitados para elegir. Demarcaciones donde también sobresalen pobreza y bajo ascenso social, exhibieron idénticos niveles de participación, disminuyendo la abulia predominante en los centros urbanos de amplia concentración y desarrollo. Azua, Barahona, Elías Piña y Hato Mayor no fueron la excepción, porque en todas ellas los votantes rebasaron el 65% de los llamados a sufragar, corroborando la variable señalada.

Atestiguada por las estadísticas, la cota máxima de abstención correspondió, de nuevo, a los dominicanos del exterior (871 mil empadronados), donde el 82% desatendió la cita del sufragio. Vale decir que el 70 % de los votantes de la diáspora se concentra en Estados Unidos, sobre todo en la circunscripción uno, holgadamente dominada por New York y la franja Este.

Antes de hablar de abstención electoral deberíamos abordar primero el ausentismo político, fenómeno continental que ha encendido las alarmas con severas preocupaciones, debido al nivel de distanciamiento y negación de participación política. La desafección y desmotivación, creciente y sostenida, aumentan en diferentes países, van de la mano con la erosión de la confianza y pérdida de la fe en los valores que soportan el Estado de Derecho, vértebra axial del cuerpo democrático liberal.

El sociólogo y académico Cándido Mercedes, analista del fenómeno, escribe con elevada comprensión al respecto. Afirma que el 54% no vota por el llamado síndrome de las tres D: descontento, desinterés y desconfianza, quebranto que, además de la democracia, cuestiona al liderazgo y la conducción tradicional del Estado. Si comparamos la simpatía y la ferviente participación en los partidos tradicionales, desde mediados de los 70 y hasta finales de los años 90, admitiremos que existe una rígida antipatía política. Ayer, matizado por la polarización y el dominio de las fuerzas mayoritarias (PRSC, PRD, PLD), un 63% se identificaba con alguna de aquellas organizaciones; hoy, apenas un 32% declara ese sentimiento.

El problema de la no participación supera la desidia y la animadversión política; altera sensiblemente el núcleo del sistema, su legitimidad, deteriora la confianza ciudadana y objeta acremente la práctica de los poderes públicos. En todas las mediciones de la última década, los latinoamericanos declaran que la democracia le ha defraudado, no les brinda seguridad, no combate la corrupción con eficacia ni logra reducir la dilatada brecha de la desigualdad. La conocida encuesta Latino barómetro (2023) adujo que el 62% de los dominicanos mostraba “insatisfacción con la democracia”, el 23% “se sentía no satisfecho” y un 39% “no muy satisfecho” ¿Cómo relacionar esta evolución con el grado de abstención evidenciado el pasado 19 de mayo?

Necesitamos de una perspectiva analítica, sin reduccionismos mostrencos, capaz de profundizar en las interioridades y razones que impulsan esta sinuosa deriva. En sentido estricto, Latino barómetro reveló que sólo el 48% de los dominicanos apoya la democracia, una reducción de 15 puntos a partir del 2010, cuando recibía un 63% de aprobación.

Algo queda claro, variable común latinoamericana, las frustraciones permanentes apisonan el camino y sirven de incubadora a grandes insatisfacciones, constituyendo fermento y cultivo para líderes autoritarios y figuras emergentes que, sobre la base del descrédito y la fatiga democrática, alcanzan el poder propugnando socavar sus pilares de sostenimiento. Desde los altares del populismo, autoproclamados redentores salvíficos, irrumpen a veces encaramados en verdaderas oleadas de afiebrados seguidores.

¿Está cansada la democracia o agotados los demócratas?…


 

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