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sábado, abril 27, 2024
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Los dominicanos: ¿Despreocupados, felices o resilientes?


LIBRE-MENTE

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POR: RICARDO NIEVES

El pasado 5 de marzo fue publicado el informe “El estado mental del mundo 2023”. Elaborado por Sapien Lab (investigadores estadounidenses), el estudio examinó los datos de 400 mil encuestados de 71 países, en 13 idiomas distintos. La medición, que incorporó factores diversos, estableció el bienestar mental de los ciudadanos de cada nación en los renglones de: estado de ánimo, perspectiva de vida y autoestima. Sorpresivamente, la República Dominicana ocupó el primer lugar en la lista y, como habría de suponerse, desde el mismo instante de la divulgación, ha sido centro de discusión y motivo de debate en todos los niveles mediáticos e intelectuales.

El Bienestar Mental define la capacidad o potencial de un individuo para manejar y encarar el estrés y las adversidades cotidianas de la vida, al tiempo que puede contribuir eficientemente a la sociedad. El indicador utilizado para la medición fue el llamado Cociente de Salud Mental (MHQ, por sus siglas en inglés), con una escala que oscila entre los 100 y 200 puntos.

Este termómetro psicosocial dispuso que una puntuación por debajo de cero equivale a estar muy “angustiado y luchando”; entre 0-50 estado de “aguante”; de 50-100 “en capacidad de arreglárselas”; y entre 100-200, los individuos que “lograron éxito o prosperaban”. Las variables del estudio, distribuidas en diferentes categorías, se levantaron con base a la siguiente puntuación: humor y perspectiva (91), el yo social o capacidad de interrelaciones (94); adaptabilidad y resiliencia (110); impulso y motivación (108); cognición (101) y conexión cuerpo-mente (94).

Pero ¿Cuáles factores incidieron para que nuestro país lograra el primer lugar en el índice de Bienestar Mental? Las respuestas, entre conjeturas y especulaciones poco científicas, han sido disímiles, misceláneas y hasta quijotescas. Más sorprendente, y todavía incomprensible para muchos, es el hecho de estar situados en el primer lugar (91 puntos) cuando, precisamente, el promedio global de bienestar mental es de 65% sobre los 200 puntos.

Sin dudas que, para alcanzar ese galardón, hay aspectos muy vinculados a la autopercepción, la autoestima y la despreocupación del ser nacional. La forma de cómo nos vemos y consideramos, común y corrientemente, los dominicanos. Habrá, sin embargo, mucho más que descifrar para, con certeza, llegar a una explicación concluyente.

Sobresale, y puede verse paradójico, que sean los países más pobres de África y América Latina los que estén a la vanguardia del ranking. En tanto que naciones superdesarrolladas, casos del Reino Unido y Estados Unidos, ocupan los lugares 70 y 29 dentro de los examinados en el referido estudio global. Canadá y Australia, modelos de desarrollo económico y estabilidad político-social, ostentaron los puestos 40 (67 puntos) y 66 (54 puntos), cifras que lucen empequeñecidas y alejadas de los 91 puntos que obtuvimos y de los 89 de Sri Lanka, ocupante del segundo lugar. Esta aparente dicotomía refrenda la tesis de que felicidad y realización material no están necesariamente concatenadas, ni se establecen como condición sine qua non, obligatoriamente.

¿Qué tan equivalentes son el estado de bienestar mental y el llamado índice o estatus de felicidad mundial (WHR)? No los son, aunque sí guardan un estrecho margen de relación. Pues, la salud mental es indisociable del estado aspiracional de felicidad personal, donde, por supuesto, resulta imprescindible la armonía psicosocial. Obviamente, tener un estado mental excelente no es, ni de soslayo, sinónimo de tocar el techo, evasivo y espumoso, de la felicidad.

Otra interrogante de alto vuelo es la planteada por el psiquiatra Héctor Guerrero Heredia cuando, desde el pulpito de su oficio, interroga: ¿Cómo es que funciona la tranquilidad y la estabilidad mental del ciudadano común, cuyo cerebro ejecuta con menos de 6 años -promedio- de escolaridad básica? Asediado por un tránsito caótico, deficiencia de los servicios públicos e inseguridad, entre otras frustraciones vitales. Añada que nuestro país soporta el rango desconcertante de contar con uno de los tres peores sistemas educativos de Latinoamérica.

Sin dudas, la baja escolaridad revela una estrecha relación con la despreocupación personal ante la vida, misma que, mediada por las circunstancias, cabalgará aferrada a la búsqueda y consumación de las metas elementales de supervivencia y satisfacción inmediata. Aquí, las neurociencias como la filosofía admiten una verdad de corte axiomático: y es que, quien menos conoce del mundo, menos preocupación sentirá por él…

Sapere Aude (Atrévete a saber) es el recurso que Enmanuel Kant, en pleno Siglo de las Luces, pilló del poeta latino Horacio (65 a.C.- 8 a.C.). El aforismo, traducido, expresa la “liberación del ser humano de su culpable incapacidad”. Implica la invitación y el llamado a romper las cadenas de la ignorancia. Kant denomina “reflexión” a la defensa del intelecto ante las palabras, el juicio simplista o la opinión poco edificante. La acción reflexiva supone rebeldía frente a la obediencia y la subordinación complaciente. En efecto, para el filósofo alemán, “el objetivo de la Ilustración estuvo centrado en alcanzar la mayoría de edad intelectual”. Junto y después de Kant, surgieron positivistas, nihilistas, existencialistas y posmodernistas que reeditaron aquel capítulo para fijar la vida y la libertad, asociadas al compromiso del pensar necesario.

Empero, la concepción kantiana, basada en la intelección y la forja del conocimiento en agraz, contrasta demasiado con el abarcador Estudio de la Felicidad, elaborado por la Universidad de Harvard, considerado el más extenso (85 años) sobre la vida adulta y jamás igualado. Sus dos conclusiones generales, sencillas y elocuentes, determinaron: que cuidar de nuestra salud física es clave para alcanzar la meta de esperanza de vida y salud; y que las personas que establecen relaciones muy cercanas con otras se mantienen más saludables a medida que envejecen. En caso contrario: los individuos solitarios, aislados y sometidos a estrés crónico, padecerán las consecuencias de una pésima y voluble existencia. Las preocupaciones de la vida aumentan conforme incrementamos nuestro conocimiento y expectativas acerca del porvenir. A mayor comprensión del mundo, mayores padecimientos y ansiedades sobre situaciones imprevisibles.

¿Somos los dominicanos felices, despreocupados o resilientes? Quizás tenemos un poquito de todo. O tal vez, a nuestro modo, invertimos y acondicionamos el agudo pensamiento de H. Walpole, diciendo que: la vida es una comedia para los que sienten y una tragedia para los que piensan…


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