viernes, noviembre 22, 2024
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Origen de la frase «Vete pa’l carajo»

Aunque el tema de hoy puede resultar vulgar, sería injusto dejar pasar la oportunidad de contar lo orígenes de la expresión ‘vete al carajo’, tan común en nuestra sociedad.

Hoy en día la utilizamos cuando, impulsivamente, sentimos la necesidad de que alguien desaparezca de nuestra vista; bien porque nos molesta, bien porque nos está mintiendo o engañando, o bien por cualquier otro motivo que nos incomode.

Nos encontramos que una de las definiciones de «carajo» se refiere a una pequeña canastilla o cesto que se encontraba en lo alto del palo mayor de las carabelas y desde donde los vigías -serviolas- oteaban el horizonte en busca de señales de tierra.

Bien es cierto que dicha canastilla tiene más acepciones y nombres. Incluso algunas fuentes recelan de que alguna vez se hubiera usado dicho término, admitiendo «cofa» como única definición.

Si nos remontamos siglos atrás, descubrimos cuándo se comenzó a utilizar la expresión. Dada su ubicación en lo alto del mástil, esa canastilla era un lugar inestable, donde se manifestaban con mayor intensidad los balances y cabezadas del barco. Además, era imposible resguardarse de la lluvia y el viento.

Cuando un marinero cometía alguna falta se le mandaba «al carajo» como castigo; a veces cumplía solo unas horas y otras, días enteros. Cuando bajaba, lo hacía tan mareado que durante un tiempo se mantenía sosegado. O incluso, exagerando su estado, no servía para nada, por lo que se usaba la expresión «no vales un carajo».

La jerga marinera impuso el nombre de «carajo» -en gallego, «carallo»- por la similitud con el órgano sexual masculino y, al parecer, el término fue aceptado por la Real Academia Española con esa y otras acepciones.

En ocasiones, estas estrechas cestas fueron construidas de mayores dimensiones, sobre la parte superior de lo que posteriormente se denominó «cofa», que continúa siendo un lugar de castigo para los guardiamarinas en la actualidad. También se siguen utilizando en otros barcos, y no necesariamente de vela, como alguno de la organización ecologista Greenpeace.

En definitiva, pocos lugares existen más indeseables que el «carajo», por lo que procuremos que no nos manden allí con frecuencia.

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