REDACCION.- Los años bisiestos, como el que experimentamos cada cuatro años, tienen su origen en la Antigua Roma y fueron una solución a la discrepancia entre el calendario romano y el año solar. La idea fue propuesta por Julio César, quien, con la ayuda del astrónomo alejandrino Sosígenes, introdujo un sistema para corregir el desajuste acumulativo en el calendario. Según Sosígenes, el año solar no consta de 365 días exactos, sino de 365 días más aproximadamente 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. Esto llevó a la creación del calendario juliano, que incluía un día adicional cada cuatro años para mantener la alineación con el año solar. Originalmente, este día adicional se insertaba el 24 de febrero, pero con la llegada del calendario gregoriano en 1582, impulsado por el Papa Gregorio XIII y el astrónomo jesuita Christopher Clavius, se hizo una importante corrección de diez días y se estableció que el día adicional sería el 29 de febrero. Esta reforma también introdujo una regla que excluye a ciertos años como bisiestos para mantener la precisión del calendario: no son bisiestos los años múltiplos de 100 a menos que también lo sean de 400.
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A lo largo de la historia, ha habido intentos de modificar el calendario. Durante la Revolución Francesa, por ejemplo, se intentó adoptar un calendario «republicano» que eliminaba las referencias religiosas y renombraba los meses con nombres relacionados con fenómenos naturales y la agricultura. Este calendario, diseñado por el matemático Gilbert Romme, tuvo una existencia efímera, ya que Francia volvió al calendario gregoriano tras la caída de Napoleón en 1814. Hasta la fecha, no ha habido cambios significativos en el sistema del calendario gregoriano desde su última reforma, y continúa siendo el marco temporal que rige la mayoría de nuestras actividades en todo el mundo.