domingo, noviembre 24, 2024
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OTEANDO | “El cobrador”: la guerra y la mentira


Emerson Soriano

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La famosa obra atribuida a Sun Tzu, “El arte de la guerra”, contiene presupuestos extrapolables a todos los ámbitos de la vida, pero sobre todo, a las relaciones de poder, elemento este último que, desde la perspectiva foucaultiana, está presente en cualquier suerte de interacción humana. Una guerra se compone de dos acciones cardinales: ofensiva y defensiva. También, entre otros, está sujeta a la ocurrencia de algunos eventos: tregua, retirada, final, victoria o derrota. Pero la guerra tiene también causas: a veces es el resultado de una decisión elegida racionalmente o, en ocasiones, puede que sea activada a partir de una estructura de oportunidad que le es favorable.

Cuando se elige racionalmente el camino de la guerra, es de esperarse que quien toma la decisión tenga definidos estrategias, tácticas, y uno o más objetivos específicos a alcanzar. Asimismo, precisará considerar la actitud que tomará en caso de no resultar vencedor, que es un concepto diferente al de ganador, ya que, a veces se gana perdiendo y se pierde ganando, y la guerra suele dejar este tipo de balance, nunca se pierde o se gana de modo absoluto.

Antes de pasar al punto central de este artículo, intentaré valerme de otra figura que pretendo pueda dotarlo de la tinción retórica que precisa para su mejor comprensión. En derecho penal, por ejemplo, se suele hablar de “legítima defensa” en los casos en que el victimario ha ejercido su acción defensiva acorralado ante la inminencia del peligro al que la ofensiva ajena lo expone, en lo que hace a su propia integridad. Pero resulta que, para la legítima defensa ser retenida, como causa eximente de responsabilidad, la ley exige la “proporción de medios”, que no es otra cosa que el requisito de que el medio utilizado por el victimario para defenderse -el arma homicida, por ejemplo- esté en “adecuada” correlación con el usado por la víctima cuando ejerció su acción agresora (ofensiva) en contra de aquel.

En el proceso electoral recién pasado, se estrenó una modalidad de hacer política con cuya emergencia no se contaba: apareció la oferta política antipolítica -¡vaya contradicción!- o, algo aún peor, lo que quizás la falta de un acabado acervo filosófico-político forzó a sus proponentes a llamar propuesta contra el sistema. Y, digo aún peor porque, solo ignorando la historia de las ideas y el pensamiento político, puede alguien hablar de cambiar el sistema bajo el cual opera el Estado dominicano sin realmente proponer ni pretender un giro hacia una suerte de socialismo, así sea el también mal llamado “Socialismo siglo XI”. Pero así ocurrió y, su principal exponente, el amigo Roque Espaillat, autoproclamado “El cobrador”, desplegó un accidentado proselitismo cargado de encendidos pronunciamientos que rayaron en la temeridad discursiva (hablaba, y aún habla de “cárcel o pellejo”), en la esperanza de prender en una población electoral que, si bien aún cree -y debería seguir creyendo- en la democracia, percibe un progresivo déficit de su desempeño.

La “guerra” electoral se inició y, conforme avanzaba, el desplazamiento de “El cobrador” se volvía cada vez más trepidante: eligió como su target a los descontentos con la política migratoria, los temerosos por la inseguridad ciudadana y los decepcionados de los políticos corruptos. Su trayecto hacia el llamado día “D” se vio coloreado por los encuentros más disímiles y plagado de casi similar número de desencuentros, desde asociarse a una “influencer”, pasando por cobijarse al amparo de un partido que luego lo vendió, como Judas al Cristo, halándole la alfombra hasta terminar en los brazos del tristemente célebre Ramfis Domínguez Trujillo. Pero, tenía una meta -que ya en esta etapa, le impedía hacer alusión a sus iniciales propuestas antipolitica y antisistema, por razones obvias- ser electo presidente precisamente bajo las reglas del mismo sistema que había desdeñado y, ese fin, pareció justificarlo en todos esos “cabreteos” políticos.

En su trayecto, el trato con “líderes” de toda índole, y sus subsecuentes desencuentros, pareció ir generando en estos una miríada de despechos que han culminado con la huida “hacia la derecha” -al igual que el león Melquiades de los dibujos animados- de su escudero y la acusación pública de su antigua socia, la “influencer”, de que la engañó y le mintió.

No creo que nada de lo relatado hasta aquí vaya a torcer el rumbo de la civilización occidental. En cambio, si “El cobrador”, presionado por lo que hasta ahora llama calumnias, empieza a ver “gigantes en los molinos de vientos” y se siente tentado a continuar “su lucha” con la misma “proporción de medios” (i.e, mentiras con mentiras o inventando fábulas), deberá estar consciente de que, al igual que en la guerra, donde los medios utilizados van subiendo en poder y alcance mientras ella se prolonga, una mentira solo se sostiene con otra mayor. Esa dinámica arrasaría con lo poco de credibilidad que le han dejado sus adversarios con sus declaraciones (sean estas fundadas o infundadas). Porque, “mientras más se bate…”. Así las cosas, mi consejo a “El cobrador” es aplacarse, e implementar la táctica de retirada o repliegue, no vaya a ser que lo ganado y lo que le queda se diluyan en la esterilidad de una tosca y pírrica victoria.


 

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