sábado, julio 26, 2025
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Elevados y salud mental

 

OTEANDO.

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Emerson Soriano

Aún se habla de los elevados de Leonel. Es la afirmación que me hizo mi interlocutor, después de resaltar la razón por la que los gobiernos prefieren invertir en grandes obras que se vean y no en las grandísimas obras que no se ven. Invertir en salud mental, continuó diciendo, es <<gastar pólvora en garza>>, algo imperceptible al pueblo elector. En cambio, una obra física majestuosa por su tamaño -sumado esto a la propaganda que se le añade- estará presente en la mentalidad colectiva siempre, y esta la juzga con arreglo a su múltiple utilidad.

Como resultado, invertir en salud mental no reporta ningún beneficio electoral, es algo que no se ve y, con frecuencia, a la gente le importa un bledo. No veras a nadie pidiendo eso a un presidente en el marco de un acto público. Esa es una preocupación abandonada a las quimeras de soñadores, sociólogos, politólogos y a políticos de oposición, pero nunca ocupará las mentes del precariado. Ellos pueden padecer una enfermedad mental y ni siquiera advertirlo; la lucha por la sobrevivencia desviará su pensamiento hacia la leche, el pan, el arroz y las habichuelas, pues, <<un loco, con soga tiene>>.

Esa, afirmó mi interlocutor, es la premisa de la que parten los gobiernos al distribuir el presupuesto, al pensar en <<inversión>>. Después, con saber vender esperanzas y un poco de suerte, siempre estarán en la mente del pueblo, máxime, si tenemos presente que ahora se cuenta con un recurso magnífico como las <<bocinas>>, que ayudan a distraer con bastante eficiencia de los asuntos cardinales, nos ponen a privilegiar lo contingente a lo esencial. Es como si, gobierno tras gobierno, se reprodujeran como ratas, los que sirven a estos propósitos.

Según mi amigo, cada gobierno encuentra los suyos, los que servirán, ya a cambio de algo, ya por simple adulación para aplacar los brotes de reclamo que se producen cada vez que, como ahora, vivimos una tragedia donde un joven, paciente psiquiátrico, mata una pobre señora, hiriendo además a varias personas. Interrumpí la conversación porque ya mi espíritu no soportaba más. Corrí -como hemos estado haciendo todos- a esconder mi cabeza, cual torpe avestruz, no sin sentir en mi boca el amargo sabor que nos dejan las verdaderas verdades.


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