jueves, julio 3, 2025
InicioOPINIONESCerebro: ¿Por qué nos equivocamos tanto?

Cerebro: ¿Por qué nos equivocamos tanto?

Libre-mente
Avatar del Ricardo Nieves
Ricardo Nieves

Vivimos como si no existiera; apenas sospechamos de su esencia, sin pensar ni preguntarnos el porqué de tantas maravillas y eventualidades que, constante y concurrentemente, suceden al interior de esta caja mágica: laberinto universal de la mente humana.

Contrario a la creencia mayoritaria, el 90% de toda la energía que consume el cerebro no se gasta activando o estimulando circuitos, sino inhibiendo y controlando sus actividades. El cerebro, en realidad, se la pasa frenándonos…

La parte anterior, recién evolucionada, complejísima, multilaminada, acoge la corteza prefrontal, acoplamiento neuro-evolutivo asombroso, crucial. Centro multimodal que regula la conducta, la personalidad y la función ejecutiva; planifica, toma decisiones, controla las emociones y la conducta social. Su esplendente desarrollo nos ha permitido acometer tareas extraordinarias y misiones complejas, desde intrincadas ecuaciones matemáticas hasta la decodificación de las portentosas leyes del universo cuántico.

Especializadas en el procesamiento y la transmisión de información a otras células nerviosas, las neuronas originan verdaderos ensamblajes de circuitos, unidades funcionales del cerebro y, por consiguiente, responsables de cuanto hacemos y pensamos. Merced a esos empalmes milagrosos imaginamos, comunicamos; sentimos amor, odio, deseos, desprecio…mediante conexiones diversas de circuitos neuronales específicos.

Para coronar tamaña majestuosidad, también poseen neuroplasticidad: adaptación y reorganización mutante que nos transforma en -vaya virtud- arquitectos de nuestro propio cerebro (y destino).

Las alteraciones de ese patrón temporal y espacial, mapa de su funcionamiento, repercuten y definen los aciertos fascinantes o los imperdonables desaciertos que amargan nuestra existencia.

Al cerebro le resulta gratificante y placentero tener razón; acertar. Indiscriminado y apremiante, este deleite representa una de las satisfacciones más comunes y económicas. Nos complace ganar, no solo la lotería, sino la más menuda y trivial de las conversaciones. Constituyen fuentes pequeñas de victorias que ensalzan directamente al ego, y que, tras el telón de fondo psicológico, delatan nuestras convicciones más primitivas. Nunca estamos a salvo de los errores; pifiamos incontables veces, por circunstancias variables, de forma impredecible, por causas desconocidas y extrañas razones.

Cuenta Vicent Botella (2025), neurocientífico, que de todas las que nos invaden, la “falacia de la planificación” -vinculada al sesgo del optimismo- es la de peor exposición. Sobreestima, positivamente, los incidentes que nos ocurren, concediendo poco o ningún margen al azar, infravalorando todos los recursos que nos contradicen. No menos insidiosa y distorsionante es la falacia “del coste hundido”, pues, magnifica un ayer irrecuperable que, en modo alguno, tendrá utilidad presente. Ese crespón borroso de nostalgia fingida intenta justificar una contingencia pasada ante un presente cambiante y distinto. Poco racional, revive el pensamiento pretérito que, incapaz de cerrase, parecería ser viable, atinado y funcional.

Elemento condicionante es el miedo. Dado que nuestro cerebro opera, además, mediante “automatismos cognitivos”, los procesos mentales automáticos, sin control, inducen a sesgos desproporcionados y yerros gravísimos. Las respuestas suelen asociarse más a la reacción ante la incertidumbre que a la realidad predominante. Lo ilusorio, cuando simula ser creíble, siembra el mismo temor que lo tangible. Porque, programado para responder, al cerebro le importa más la supervivencia que la verdad.

El sesgo ocasiona una distorsión en la cual la máquina cerebral acude a las llamadas “reglas heurísticas”. Son modelos imperfectos, basados en pobre información y en fuentes defectuosas, generando interpretaciones engañosas. Suponen vulnerabilidades y confusiones fastidiosas, debido a que el hecho conocido, memorizado o vivido no logra desactivarse del presente mental. De entrada, habitual y repetido, persiste como coartada que enturbia la claridad de lo verídico. La “heurística de la disponibilidad” (Kahneman) define el riesgo de probabilidad. Aquí, por llana intuición, el cerebro entiende que mientras más fácil resulta imaginar algo, mayor será la probabilidad de encontrar ejemplos en la memoria y la creencia de que exista.

Recurre a ejemplos, vivencias y recuerdos que estimulen la percepción de que un episodio es probable: la facilidad con que pensamos en ciertas cosas guarda estrecha relación con la idea de que pueden suceder. El sesgo de confirmación, padre de las equivocaciones. Común, selectivo y poderoso: las personas rebuscan, interpretan y rememoran aquello que solo valide o confirme sus creencias y expectativas. Auténtica cámara de ecos y trinchera para el ego. Supersticiones, prejuicios y extremismos son sus credenciales de presentación; subyacente y placentera, la presunción de un saber (impreciso) redundará, asimismo, en una falseada satisfacción: el hedonismo cognitivo …


PUBLICIDADspot_img
PUBLICIDADspot_img
ARTICULOS RELACIONADOS
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img
- Advertisment -spot_img

Most Popular

Recent Comments

- Advertisment -spot_img