lunes, junio 9, 2025
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OTEANDO | La última exhumación de sus libros

 

OTEANDO

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Emerson Soriano

Habían estado ahí, al alcance, después de un largo período de asfixiada existencia entre cajas de cartón amarradas con cabulla en el centro del <<panteón>>. Entonces nadie viró jamás su mirada hacia ellos, excepto Arquímedes que, de tanto extrañarlos, a veces deseaba estar corriendo idéntica suerte. Era como ver su santuario en el lecho de Mefisto que, satisfecho, se regodeaba en lo que creyó el culmen de su ociosa pretensión del dominio cósmico. Y es que, eso constituían para Arquímedes sus libros, su universo. Luego, Minerva, la diosa de la sabiduría, les permitió recobrar espacio en aquellos anaqueles de un blanco perfecto y reluciente donde ahora se encontraban. No era el cielo, pero parecía su antesala, y a él le producía una inquietante calma, al menos, saber que ahí estaban.

Por lo tanto, Arquímedes empezó a tener sobre ellos el tímido disfrute de la distante contemplación. De vez en cuando se acercaba a uno de ellos, lo manoseaba, le prodigaba su recorrida mirada por algún capítulo para dejarlo luego. Después de todo, así fue siempre su relación con ellos, episódica. Y no es que nunca terminara de leerlos -había terminado una miríada de ellos de un tirón: los de Javier Marías, José Saramago, William Fulkner, Edgar Allan Poe, George Steiner, Byun-Chul Han, Gabriel García Márquez, por ejemplo-, sino que leía conforme su estado de ánimo. Y si, por leer poesía le daba, imposible que leyera de una sentada a Whitman o a Lorca. Con todo, su entretenimiento más importante fue siempre leer.

Entonces se oyeron unos pasos, no se sabe si quien los daba era reencarnación de César, de Teófilo o de Omar -uno de ellos incendió la biblioteca de Alejandría-, la llave hizo el clásico sonido que proyecta al penetrar la cerradura. La puerta se abrió y el hombre dejó caer al suelo un paquete de cartones cuya precipitación terminó con un golpe seco que alcanzó, penetrante, los ventrículos de Arquímedes que para entonces ya se guarecía en su habitación. El “momificador”, o quien pretendía serlo, comenzó su ritual habitual. Atrajo hasta sí los cartones que resultaron ser unas cajas oblongas prefabricadas que servirían de ¿sarcófago? a las futuras momias. Aquellas parecían teñidas de un barro pajizo. También echó manos del instrumento capital del oficio, un dispensador de cinta adhesiva que, cada vez que era forzado a dar su material hacía un sonido (¿ruido?)muy parecido al de la pala que, entre la arena y el suelo, agita un albañil al pie de un nicho sepulcro.

El <<preparador>>tenía asistentes. Dos mujeres recogían con sumo cuidado cada ejemplar y se lo pasaban. Él, avezado en su oficio, observaba un cuidado de cirujano plástico, tanto en la forma en que disponía los <<cuerpos>>como en el “suministro” de la sustancia conservadora. Durante el <<trabajo>>,una de las mujeres formuló desde lejos una pregunta a Arquímedes que éste respondió sin salir del claustro: se había recluido ahí por efecto de una especie de pavor al encuentro con la <<operación>>. Nunca se explicó por qué se le había tornado tan difícil preparar un espacio digno a sus libros. A veces pensó que se trataba de un fenómeno Kármico, con origen en otra vida en la que, acaso los maltrató o destruyó, y los dioses se vengaban ahora impidiéndole su disfrute en un lugar ordenado y apto para aprovechar el arte o la ciencia que guardaban. <<Hecho, exclamó el hombre, embalados para su envío>>.

Arquímedes se fue al día siguiente y, a los tres días oyó a su esposa hablar con alguien por teléfono. Era el <<preparador>>, quien le dijo: <<Está por llegar un camión con los cuerpos, prepárense a recibirlos>>. El camión llegó a las tres de la tarde del cuarto día del tercer mes de la primavera del año quince, y los libros fueron subidos por un grupo de criados hasta el segundo piso de la casa de Arquímedes. Allí parecieron regodearse de haber superado ya su última exhumación, pues algo presagiaba que, en adelante le esperaban tiempos mejores: o Arquímedes les prepararía un lugar digno desde donde servir a su amo, o la <<partida>> de Arquímedes al paseo final con la Parca les dejaría por fin en el último reposo, acaso hechos cenizas y colocados en cofre de oro en el larario de los dioses.


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