miércoles, noviembre 13, 2024

OTEANDO


Pancho y Fremo: un mismo azar

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Por : Emerson Soriano


Un perro vigilaba su entorno, guardándole no se sabe de qué ni de quién, pues el que permanecía en el sofá no tenía apariencia de alguien potencialmente atacable: su solo aspecto exterior hacía pensar más en alguien precariado que en alguien que alojara en sus bolsillos un céntimo. Pero, Pancho, el perro, estaba ahí, delante de Fremo, no se movía ni siquiera al llamado de su amo. Cuatro décadas atrás Fremo no era lo que ahora: fue un joven apuesto, de pelo negro e inquieta melena que se agitaba al ritmo de aquellos pasos seguros con los que solía impresionar a más de una mujer. Era muy atractivo, y solía salir los domingos a visitar las casas de su barrio en las que casi siempre tenía un compadre o una comadre; cuando no, una muchacha a la que había echado el ojo con pretensiones de conquista. Sus visitas eran “de médico”. Dos razones así las definían: primero, nunca se sentaba en esos lugares. Permanecia de pie, poniendo el bien definido filo de su almidonado pantalón a recaudo de sus rodillas que siempre estaban prestas a hacerlo desaparecer, y segundo, no quería esperar a que al padre de alguna de sus pretendidas, o a ella misma, se le fuera a ocurrir lanzarle la indirecta de que “la tarde estaba buena para una cervecita” que, lógicamente, él no tenía con qué comprar.

Con todo, ahora estaba sentado allí, durmiendo una borrachera que ganó con la imprudente decisión de mezclar una “bebida buena” con “una bebida mala”, o al menos eso opinaban quienes vivieron los momentos previos a su “derrumbe” en en sofá de la casa de su amigo José Delgadillo, con quien cursó sus estudios primarios en la “Escuela de los alféreces”, una especie de instituto politécnico construido por el Gobierno en la localidad de “Alta Mira”, a los fines de impartir docencia a los hijos de marineros de aquél pueblito, y que debía su nombre a los alférez Pablo y Onofre, fallecidos en el naufragio de la fragata “La Esperanza”, ocurrido en 1949 por efecto de un maremoto. Por esos años de infancia, Fremo pasaba casi desapercibido, debido a su propia retracción. Se acomplejaba de su “larga” estatura y su manifiesta delgadez. Con Delgadillo era distinto. Este, que pareció haber descubierto las razones de su encogido comportamiento, siempre tomaba la iniciativa de hacerlo sentir igual que todos. Al punto que, al fin, logró sacarlo de ese proceder, forjando en él una personalidad más segura y audaz.

Unas horas antes, había llamado a Delgadillo, anunciándole que iría hasta su casa a verlo. Delgadillo tenía ocupaciones, pero no podía hacer más que decirle que fuera. Y en su casa le esperó, donde Fremo, no bien llegado, le dijo que “no despreciaría una copa”, si Delgadillo deseaba ofrecérsela. Ahora Fremo había mutado de hombre alegre a taciturno. Alojaba dentro de sí una melancolía insuperable, merced a los tropiezos de la vida que suelen interferir con los estadios de amores convirtiéndolos en dolores y, con el paso de los años, ejercen tanto lastre en las almas que lograron abatir. Ya no era más el hombre alegre y vivaz , era un hombre de vestimenta descuidada y empobrecido aspecto: lavaba él mismo su ropa y, en muchas ocasiones, dejaba de plancharla pretextando la pereza con lo inestrujable de su tela. En fin, su ropa no disimulaba tampoco haber sido adquirida en un mercado de pulgas donde, escarbando en las famosas “pacas” creyó haber escogido las mejores.

Delgadillo se quedó observándolo, mientras cavilaba acerca de lo destructivo del tiempo cuando se lo propone. Fremo no solo era, en medio de su borracheara, un ser indefenso, sino que además, proyectaba la desolación que inspira compasión. ¿Por qué termina un hombre abandonado a la suerte, desprovisto de amparo y viviendo, sin elegirlo, el aquí y ahora? ¿Qué suerte de tropiezos terminan volviendo al hombre una resaca existencial plagada de horrores a los que termina resignándose ante lo inevitable de la muerte? ¿Qué hacia ahora diferentes a Pancho, el perro que lo cuidaba, y a Fremo, durmiendo inconsciente -e indiferente, por demás- de la existencia? Si la vida de Pancho era azarosa, la de Fremo también. Uno y otro estaban “ahí y ahora”, pero sin saber que lo estaban. Delgadillo hizo mil conjeturas y ensayó igual cantidad de respuestas a estos interrogantes, pero al final convino consigo mismo que un hombre es el manojo de azares que se suceden unos a otros sin que él pueda evitarlo, porque en fin de cuentas evitarlo supondría cambiar su humanidad, su condición de “ser” arrojado a una existencia con marca de funesta lotería, en la que tarde o temprano aciertas el premio mayor, la parca.


 

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