Por : Emerson Soriano.
He repetido casi con rigor mántrico la idea de que las gramáticas de la diplomacia, de la guerra y de la política distan abismalmente de la gramática de la lógica: en el texto literal del discurso de un presidente, o de cualquier embajador, por ejemplo, siempre habrán, subyacentes, causas y fines no perceptibles para los expertos en hacer juicios a priori, siempre al influjo de las agobiantes pasiones que corroen las almas de los anónimos. Steiner decía : “El rayo dice oscuridad” (i. e. todos ven en el rayo solo el hilo de luz descendente, pero no se detienen a ver la inmensa oscuridad que destaca a ambos lados). A veces, la razón de tal actitud no es necesariamente atribuible a la falta de capacidad de análisis, sino a esa permanente lucha que Hegel definió como “La dialéctica del amo y el esclavo”. El reconocimiento por parte de terceros a quienes consideramos -dependiendo del momento-, nuestro amo o nuestro esclavo, suele a veces mermar nuestro sentido de justicia, dejándonos orientar por nuestro ego, que no soporta no solo la actuación protagónica del otro en el marco de una determinada coyuntura, sino la correlativa opacidad que, pensamos, se deduce de ello en nuestro “perjuicio”.
La cuestión viene a cuento a propósito de los roles que, en el marco de la crisis poselectoral de Venezuela, han debido jugar, tanto el presidente Luis Abinader como el doctor Leonel Fernández. En lo que hace al presidente, este respondió a la disposición del presidente Maduro de retirar su misión consular de nuestro país, y pedir a la nuestra en Venezuela que abandonará su territorio, diciendo -palabras más, palabras menos-, “no tenemos embajada en Venezuela, pero acatamos la decisión del presidente Maduro y, como esas cosas suelen ir cambiando, nos mantendremos observando su curso”. Obvio que ese “mantenernos observando” implica la idea de dar respuesta oportuna y certera a cada situación que vaya surgiendo, sin tener que hacer pronunciamientos extravagantes que pudieran comprometer el desempeño de las buenas relaciones con el hermano país de Venezuela, como debe ser la actitud de todo gobernante sensato. El presidente ha agregado, asimismo, que con lo que nunca va a transigir es con su apego a los principios democráticos. ¿Qué otra cosa pretenden los que le atacan por ello que debió decir o dejar de decir? Luis Abinader es presidente, no un monigote. No puede dejar de reaccionar, solo que debe hacerlo con prudencia, y así lo ha hecho. Esconderse, sería un acto de irresponsabilidad.
En el caso del doctor Fernández, alguien que ha acumulado un acervo relacional cuya valoración en el ámbito internacional le asigna el estatus de potencial conciliador en cualquier conflicto entre países de la región que pueda surgir, tiene la vocación (experiencia, competencia y voluntad) para jugar un papel estelar allí dondequiera que las circunstancias lo reclamen. Baste solo recordar el papel que jugó en la solución de la crisis entre Venezuela, Colombia y Ecuador en marzo de 2008, donde se consolidó como líder regional con sobrada presteza y desenvuelta autoridad. Ahora el expresidente Fernández fue invitado por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela a participar como observador de las elecciones de ese país del pasado 28 de julio del corriente. El expresidente Fernández ha ido, -conjuntamente con representantes de instituciones de bien ganado abolengo en la tarea de observar comicios (v. gr. Centro Carter)- y ha desempeñado el rol que debió en el momento y lugar que la historia lo ha colocado, sin rehuir su responsabilidad para con la región y el mundo, y más aún, sin permitir que ello haya comprometido su buen nombre ni el de nuestro país. ¿Qué querían que hiciera Leonel? ¿Querían que rehuyera a las responsabilidades que le marca la historia, o que se sustrajera de la oportunidad de ser y de estar, asumiendo por decisión propia el anonimato que sufren sus detractores? No considero justo pedir tanto. Y debe recordarse que él es político, no un anacoreta. Debe y necesita ser y estar. Renunciar a eso sería aislarse, suicidarse. Además, a los que le reprochan ser amigo de Maduro, ¿se han detenido a pensar en la utilidad que, surgida la crisis, puede tener para su solución un interlocutor que este identifique como amigo, un interlocutor productivo? ¡Esa es la inmensa oscuridad que alude “el rayo” de Steiner!
No sé cuánto signifique para el presidente Abinader, o para el expresidente Fernández que un simple mortal como yo aplauda su respectivo desempeño en esta coyuntura, pero es mi deber ciudadano no permitir que el morbo y la mezquindad políticos quieran diezmar la importancia política y las aptitudes para contribuir a la paz social, en cualquier latitud, de dos buenos dominicanos que han trillado con esfuerzo propio el camino hacia el culmen de nuestra política. A ellos les animo a seguir jugando sus respectivos roles con asertividad: haciendo lo que creen justo, debido y pertinente, y permitiendo que, al que le plazca hablar, que hable, y al que le plazca callar, que calle. También, me permito recordarles algo que de seguro, como políticos avezados, saben de sobra, pero nunca está demás mencionar: hay que practicar “la espiritualización de la enemistad”, hay que estimar y “comprender profundamente el valor que posee el tener enemigos” (Cfr, Nietzsche, “Crepúsculo de los ídolos”). Porque, el escrutinio que de nuestras acciones hacen nuestros enemigos, con frecuencia nos compele a actuar con más sentido de oportunidad, de pertinencia y de justicia. Cuentan con mi aplauso.