Por Emerson Soriano
Tradicionalmente, en cualquier lugar del mundo, los extranjeros son vistos con ojerizas por los nativos. Aquellos representan, en muchos casos, una amenaza que puede asumir matices diferentes: los nativos suelen temer por su seguridad, porque los extranjeros los desplacen de sus puestos de trabajo, por la disminución -en su perjuicio- de las prestaciones de servicios de salud, porque su cultura e identidad se diluyan por el efecto presionante de la cultura ajena al entrar ambas en contacto, cuestión que generalmente deriva en mixofobia. El miedo derivado de esas amenazas es aprovechado por muchas ofertas políticas populistas para prometer que, de ser votados, los candidatos que la representan dejarán resuelta la cuestión de golpe y porrazo.
De los problemas más acuciantes que enfrentan los países hoy, el migratorio encabeza la lista en la que, más abajo, le siguen el narcotráfico, el terrorismo. Esa tríada tiene una vocación especial para desequilibrar las naciones en su desempeño social, político y económico. Los nativos, ante ese penoso cuadro, empiezan a agenciarse modos de proteger sus intereses, y es así como terminan en el regazo de un “redentor” que los librará del mal. En la especie, no importa quien sea ese “redentor”, lo que importa es que en su discurso populista promete conjurar el mal de una manera mágica: su oficio es vender esperanzas y, como se le atribuye haber dicho al papa Gian Pietro Carafa: “el mundo desea ser engañado, engañémosle”.
En la actualidad, por ejemplo, en Estados Unidos de América, el duelo político entre Trump y Biden está centrado en el aspecto migratorio: mientras Trump promete que, de ganar, realizará la deportación masiva de indocumentados más grande de la historia, Biden anuncia que proveerá estatus legal a cerca de quinientos mil extranjeros. Lo que no dicen, ni uno ni otro, es el costo que tienen ambas ofertas para el desempeño de aquel país. En el caso nuestro -los dominicanos-, el 38% de las parturientas en hospitales públicos durante el mes de febrero del año en curso, fueron haitianas. Esa es una cifra alarmante, sobre todo si se toma en cuenta que ninguno de los recién nacidos es llevado de vuelta a su país. Y ahí viene nuestra carga de cada día: nuestro Estado tendrá que proveerles enseñanza gratuita, salud en nuestros hospitales y acceso a otros géneros de bienes que no deberían serles proveído, pues estos no pagan impuestos ni seguridad social. Hay que repensar nuestra estrategia en política migratoria sin descuidar lo humano. Así se frenarán los populistas del patio.