Por : Emerson Soriano
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El bien más preciado de la humanidad es la felicidad. Cuando se trata de un enfoque desde la subjetividad, la felicidad, en tanto meta, asume perfiles y matices tan variados como sujetos la consideren, la aspiren; pero, cuando se trata de la felicidad considerada a partir de una mirada colectiva, ella es estimada con arreglo a una diversidad de aristas constitutivas de un propósito más abarcador activado desde un pacto implícito que se expresa en un orden y configuración concretos: la democracia constitucional, que es la mejor muestra de la voluntad popular de reglamentar objetivamente los pilares del verdadero Estado de Derecho, tan necesario para la paz y seguridad que facilitan una vida en sociedad mínimamente feliz. La democracia dominicana es joven y de rápida evolución, pero los niveles de desempeño logrados bajo su amparo nos han costado sangre, sudor y lágrimas; más de un déspota ha intentado pisotearla durante nuestra vida republicana. Con todo, una y otra vez, nuestro pueblo heroico se ha levantado para reivindicarla y hacerla realidad. Un pueblo no será ciertamente feliz si ese indicado orden no está legitimado por el respeto voluntario a un conjunto de reglas que mi amigo Sandy Filpo insiste en rotular como “no escritas”: normas de prudencia al margen de cuya observación aquel se diluiría como barro expuesto al agua.
Por lo anterior, de nada nos servirá tener instituido un régimen electoral garante de la expresión libérrima del derecho a elegir libremente nuestras autoridades, si los actores principales -partidos políticos y su liderazgo- convierten el período electoral en un tramo de incertidumbre derivada del discurso temerario o inoportuno y las actitudes arrogantes. Aquí sí que no ha de aplicarse el refrán de que, “a lo que nada nos cuesta, hagámosle fiesta”, porque lo que tenemos nos ha costado mucho para venir a estropearlo al influjo de la arrolladora soberbia o de irresponsables arengas; si bien hay que admitir que, al efecto, bien nos vendría parodiar el refrán popular diciendo: “quien hace lo que no debe, oye lo que no quiere”.