Wessín: el convidado de piedra
Por: Emerson Soriano
emersonsoriano@hotmail.com
En la entrega anterior analizábamos a Wessin en el contexto sociocultural y político de la guerra de abril de 1965. Hoy continuaremos añadiendo que, no obstante, con tantos enemigos que se agenció por sus acciones, aún no puede aparecer uno soloque le acuse y le demuestre que dispuso de la vida de ningún ser humano amarrado, como era la usanza de entonces y en función de lo cual se alcanzaban rangos militares. No fue un advenedizo en términos políticos que cambiara, “al cruzar el río” ni en ninguna otra coyuntura histórica su visión del Estado y el sistema que creyó mejor lo puede sostener (la democracia).Además, ninguna de las acciones que protagonizó el general Wessin tuvo por objetivo la conquista del poder político para sí. Figura dentro de los pocos militares de la región que dio un golpe de Estado y no se alzó con el poder. Todos los demás se entronizaron en el poder y terminaron muertos, presos o en el exilio. Por tanto, nadie podrá incluirlo en la lista de “los gorilas”de entonces.
Ni vencidos ni vencedores. A pesar de que, ante las gestiones para la paz desplegadas por el comité de observación de la OEA, cada bando de los concernidos en la guerra de abril de 1965 (el constitucionalista que encabezaba Caamaño y los seguidores de Wessin) reivindicaba para sí la condición de único vencedor de la contienda bélica y, cada gobierno (el Gobierno de Reconstrucción Nacional, encabezado por Imbert Barreras y el Gobierno Constitucionalista, encabezado por Caamaño) a su gobierno como el único legítimo -como se puede deducir de la entrega número 14 del trabajo publicado por el periódico “El Nacional de Ahora” en fecha 28 de abril de 2012, titulado “Firma del Acta Institucional puso fin a Guerra de Abril 65” y de las declaraciones de Hugo Tolentino Dipp, contenidas en el video del Archivo General de la Nación fechado 28 de julio de 2015, titulado: Abril 1965 “el pueblo en armas”-, lo cierto es que no hubo ni vencidos ni vencedores, afirmación fundada no solo en el hecho de que la simple materialización del acuerdo despojaba de ese adjetivo a quien hubiese resultado tal, si alguno, ya que para llegar a ese punto conciliado hay que despojarse de ese tipo de pretensiones, sino también porque, aun si la OEA así lo hubiese reconocido -y no estoy afirmando que lo hiciera-, se debe recordar que el fin de las hostilidades fue el resultado de una misión diplomática que, aunque en apariencia actuaba apegada a la lógica del tercero incluido, a buen seguro debió tener bien definidos los objetivos que perseguía, no siendo razonable que fuera a sacrificarlos por no complacer una pretensión vana de una cualquiera de las dos partes, ya que devenía irrelevante en relación con sus fines.
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