Si Haití no nos quiere…
Luego del desplazamiento de las tropas dominicanas hasta nuestra frontera con Haití, lo que en principio parecía tan confuso, en lo que hace a la bendita construcción del canal haitiano, al punto que nadie sabía con permiso o por orden de quién se estaba construyendo ni quiénes lo construían, ha resultado que los graciosos haitianos, todos –Gobierno, “pandilleros”, empresarios, y población en general– responden sobre el canal al igual que respondieron los ciudadanos de “Fuenteovejuna”, célebre obra del dramaturgo Lope de Vega, cuando el juez les preguntaba quién mató al Comendador. “Fuenteovejuna, señor”, exclamaban al unísono. Y, comoquiera que “Fuenteovejuna” era el nombre de la Villa que habitaban dichos ciudadanos, a los reyes no les quedó más remedio que dar por bueno lo sucedido, pues no podían condenarlos a todos.
El paralelismo es importante, si se lo considera desde la perspectiva adecuada para interpretar los hechos sucedidos: debemos entender que, en este caso, la lucha por el agua –como si “Los gobernadores del rocío”, de Jacques Roumain deviniera profecía– los unió; pero, esa unidad no es hueca de fundamento ni carente de objetivo, tampoco carece de destinatario pasivo. La unidad surgida se fundamenta en algo que le es imprescindible, no cabe duda. Sin embargo, tampoco debería cabernos duda acerca de quién resultará el destinatario de las acciones u omisiones que genere en lo futuro tal unidad, que no es otro que el pueblo dominicano. Lo que exige un correlato, una contrapartida de idénticas dimensiones por nuestra parte: unirnos monolíticamente en la idea y disposición de defender todo cuanto nos pueda perjudicar como pueblo.
Como resultado, si Haití no nos quiere como socios, la actitud no debe ser criticar al Gobierno por los errores cometidos en el manejo de la situación, si alguno, porque eso ya ocurrió y no tiene solución. La solución real consiste en responder unidos y adecuadamente a todo lo que desencadene esa malquerencia haitiana. Y, sobre ese respecto, siento que deberíamos alegrarnos de que Haití no nos quiera. Porque, hasta ahora, la frontera abierta, con el bendito pretexto del famoso mercado binacional, nos acarrea más problemas que los que nos resuelve: el 25% de nuestro presupuesto de salud lo consumen los haitianos; asimismo, la población estudiantil haitiana desplaza la nuestra, todo sin contar la participación de sus nacionales en actos delictivos.
El Gobierno debe hacer un muro de verdad, no una verja; compensar las pérdidas de los productores y, a la brevedad, explorar nuevos mercados. Cuando no había mercado binacional, estábamos vivos.