OTEANDO

Emerson Soriano
El estado actual de descomposición que padece el país, manifestado en atroces comportamientos de jóvenes que matan, roban, violan niñas, jóvenes y ancianas, no es, en modo alguno, el producto psicosocial ni político del descuido exclusivo de las autoridades de turno en lo que hace a la prevención de tales fenómenos. Ello es el resultado de muchos años de alienación propiciada, en primer orden, por un sistema electoral viciado hasta la médula, activado a partir de la grosera dialéctica entre voto y el pica pollo, entre la nominilla y la militancia, entre la compra de la receta, la urna para el difunto, o la bolsita de cocaína y el desamparo.
Asimismo, es el resultado de la acumulación de una deuda social presidida por la ausencia de transparencia en el ejercicio de la función pública y por la falta de vocación para tal ejercicio: nos hemos dado gobiernos cuyos compañeritos, no bien llegados al poder, se fabrican su Barataria sanchopancesca y empiezan a honrar a -nuestro ido a destiempo- don Melesio Morrobel, personaje satírico creado por don Freddy Beras-Goico para denunciar las barbaridades que señaló. Es el resultado de la querida con chofer, la tarjeta platinuim, los viajes en primera clase, las matrículas en Oxford y Harvard, los planes de pensiones institucionales exclusivos, las compras de villas y helicópteros en procura de la validación social que no se alcanzó por méritos propios, y ahora se pretende obtener a expensas del erario. ¿Y qué decir de las compras sobrevaluadas y las licitaciones amañadas? Con todo, cada uno predica una moral distinta, esa que lo pone a recaudo de los “vicios ajenos, reales causantes del embrollo”.
Que nadie quiera cebar su “prestigio” a fuerza de endilgar a otros los errores del presente como causa eficiente del desastre, pero, tampoco, que nadie pretenda justificar el statu quo imperante atribuyéndolo solo a los desaciertos del pasado. La realidad es una: andamos mal porque la indiferencia preside nuestro desempeño, porque unos y otros nos desenfocamos de lo esencial para atender lo contingente, porque no ha habido la suficiente nobleza colectiva como para aparcar el fracaso en el arcén los errores comunes y montarnos todos en el vagón de la armonía política y social que se deriva de la honesta ubicación en el punto del interés común, a despecho de la angurria personal, entendiendo que podemos tener visiones distintas de los caminos para alcanzar la meta deseada, pero que esta es única, y estropear su consecución por vanidad personal es crimen de lesa humanidad. Esa es la causa de la desgracia.