Próceres de la monetización
Emerson Soriano
La necesidad o el deseo de alcanzar un cambio en el statu quo propio, no debe ser el motor que active pronunciamientos irrespetuosos a quienes conducen los destinos del país ni contra nadie en particular. Con frecuencia veo que algunos comunicadores, que tanto hablan del sacrificio que nos ha costado el clima de respeto a los Derechos y libertades que disfrutamos hoy, se desenfocan de este estadio y, actuando como si viviéramos como “chivos sin ley”, ofenden los lábaros patrios, la dignidad de funcionarios públicos o de cualquier ciudadano común, afirmando como verdades auténticas fábulas que, de solo verle uno el rostro a hablante advierte que son hijas de su creativa mitomanía.
Casi no veo televisión, como no sea para ver un buen documental sobre historia, filosofía, lingüística y otros temas que me llaman la atención. Pero, siempre que necesito desestresarme un poco, elijo uno de estos programas. Porque, el contemplar estas figuras, amén de que me resultan hilarantes, me sirve para hacer observación psicosocial y apreciar hasta dónde llega el ser humano y cuánto es capaz de reducirse en busca de la miserable sobrevivencia que le reporta la venta, por alguna dádiva, de lo que termina siendo su perdida la dignidad.
No les importa como obtienen la fama, para alcanzarla colocan en el arcén de la desvergüenza toda suerte de escrúpulos. Son capaces de desnudarse y pasear por las avenidas de la capital, si con ello pueden asegurarse las vistas que en las redes les permiten “monetizar”. Sí, “monetizar”, un verbo que propicia la perturbación de la tan “preciada” democracia que preside las libertades que ellos mismos dicen nos han costado lágrimas, sudor y sangre -obvio, sin que nunca hayan reparado en el contenido real de la expresión-, monetizar, aunque para ello haya que desvestir su propia madre.
Y si Dios no mete su mano, a este ritmo, en unos años todos estaremos conjugando el verbo monetizar en sus más diversos, modo, voz, tiempo, número y persona. Porque, habremos dejado llegar la cosa tan lejos que monetizaremos nuestro propio sentido de la dignidad: por haber permitido lo que ocurre ahora sin ponerle frenos, por prestar oídos sordos a las barbaridades del “mundo del entretenimiento, y por dejar que todo, absolutamente todo, caiga en la esfera de ese bendito “mundo”. Continuemos indiferentes, y sin hacer ninguna suerte de previsión al respecto. De seguro, eso nos asegurará los bustos de nuestras figuras en los futuros lugares dedicados a los forjadores de la patria del mañana, y también las biografías de “próceres de la monetización”.
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