OTEANDO
Nostalgias de mi “PUCAMAIMA”
Emerson Soriano
Estoy sentado en el café “Calcalí”, ubicado en el campus de Santiago de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Desde aquí diviso los majestuosos pinos contenidos en el área que aloja las oficinas administrativas -administración, como solíamos llamarle-, y me envuelve una atmósfera llena de nostalgias. Celebro que así sea, porque, como decía Mario Orlando Hardy, Hamlet Brenno Benedetti Farrugia: “El mundo, cuando va mejor es una nostalgia, y cuando va peor, un desamparo, y siempre, siempre un lío”.
Mis nostalgias vienen en forma de rostros, olores, colores, poesías y encuentros de entonces, cuando las aspiraciones eran tesoros, y las metas, puntos perdidos en la distancia. Cuando el culmen de los anhelos se difuminaba entre la aprobación de un examen y la perseverancia precisa. Cuando escribí “El rojo de Irina”, un amasijo de arabescos con pretensión de poema, nacido de la admiración por una mulata puertoplateña, de ojos brujos, con la que compartí el aprendizaje del Procedimiento Civil.
Y, como “cualquier tiempo pasado fue mejor”, ahora todo el entorno se me antoja desolado: es el mismo sol de invierno, pero los autos son menos, ya no se ve, en franco retozo, a muchachos y muchachas caminar por el sendero en la verde grama, ni tampoco en su asfaltado borde. No hay corredores ejercitándose ni en el asfalto ni en la grama, ni mucho menos en el “campo y pista. Un gigantesco edificio aloja un moderno gimnacio privado donde, encerrados, muchos hacen las calistenias sucedáneas del libre caminar al roce acariciador de la suave brisa.
Aquí también la pandemia dejó su huella cruel. Los afanes por el conocimiento hicieron su arbitrario traslado a las tabletas y ordenadores y sus famosos espacios “zum” que estropearon la grata presencia en el aula y la calidez que ofreció su sagrado espacio. Nuestra “PUCA” parece haber cedido -no sin resabios- al universo cibernético todos los encantos que nos dispensara la cercanía física sin dejar espacio a su poesía. Ya me dispongo a pedir la cuenta de dos cafés “cortaditos” y una botellita de agua que he consumido en medio de los gratos recuerdos que aún retiene mi polvorienta memoria de mi querida y majestuosa “PUCAMAIMA”, la soberana de ayer, de hoy y de siempre.
Santiago, 25 de febrero de 2025. –