Marco Rubio, lo trascendente y lo intrascendente
La visita a nuestro país del secretario de Estado de Estados Unidos de América, señor Marco Rubio, constituye un hecho de cardinal importancia, a la luz de la correlación de intereses de ambos países, misma que impone la implementación de estrategias para salvaguardar tales intereses mediante la procura y concreción de una proximidad diplomática respetuosa y productiva. Pero, fuera de esos factores, no constituye un acontecimiento per se. No es para que nuestra imaginación vuele con tal desenfado creativo que nos induzca a creernos el centro y la suma de los intereses de EE. UU.
Aun si los hubiera, no hay que empezar a especular acerca de los temas de esa misteriosa agenda oculta que tan recurrentemente ven en este tipo de visitas los críticos de la necesariedad de la diplomacia. Siempre he dicho que la diplomacia salva al mundo. Permite gestionar oportunamente -y con muchas posibilidades de acierto- toda suerte de conflictos y fomenta la cooperación preventiva para evitarlos. Pero, los logros que de aquella se obtengan no dependen solo de las necesidades ni de los méritos, sino de la capacidad de negociación de los actores, de su situación respectiva y del manejo del principio de oportunidad para mostrar músculos, y hasta para disimularlos.
En nuestras relaciones diplomáticas con EE. UU., es más que evidente que nuestras capacidades de maniobra siempre tendrán por contención el poder de aquél. De lo que se colige que, criticar el desempeño de nuestra representación, desde fuera, es fácil. Lo difícil es la construcción del discurso cuantificador de ventajas comparativas al final de cada jornada de acercamiento. De modo que, en relación con cualquier potencia, nuestro papel siempre estará matizado por una suerte de estrategia de los pellizcos, esa que nos permite ir obteniendo en orden y con paciencia las conquistas deseadas. Lo demás es pura ilusión.
Con todo, es evidente que algunas cosas resultan trascendentes. Por ejemplo, la aspiración del señor Rubio, en relación con las potencialidades que nos ofrecen los cien millones de toneladas de tierras raras ya identificados en nuestro país, de que juntos podamos marchar hacia la concreción de planes de industrialización tecnológica vinculados a esos recursos nuestros. Otras cosas, no podemos negarlo, carecen de trascendencia. Tal es la afirmación de que Estados Unidos no pedirá a República Dominicana que acepte una ola masiva de migrantes. Carece de trascendencia, porque el fenómeno está ahí: más de trescientos kilómetros de “frontera” sin nada que la defina, como no sea un hito por cada kilómetro, y sin ninguna contención, están dispuestos para que entre esa ola masiva.