Cada año, establecido por la UNESCO, el tercer jueves de noviembre celebramos el Día Mundial de la Filosofía. Entre sombras y silencio, conmemoramos, si acaso cabe el término, el aniversario de esta disciplina tan inmortal como incomprendida. Madre de la reflexión, parámetro duradero en el camino disciplinado del conocimiento, es la cumbre exquisita del pensamiento que, en lugar de perecer, reverdece.
La palabra philosophía -sostiene Pierre Hadot- no aparece antes del siglo V a. C. y no fue definida hasta llegar Platón, en el siglo IV. Sin embargo, Aristóteles, y la larga tradición que le continuó, consideraron filósofos a los pensadores que, con anterioridad, despuntaron del siglo VI en las colonias de Asia Menor (Mileto), donde vivió un matemático, miembro de los Siete Sabios y predictor del eclipse solar del año 585: Tales de Mileto.
Anaximandro y Anaxímenes, extenderían el movimiento a las demás colonias griegas, Sicilia y el sur de Italia. Dinamismo intelectual encabezado por Parménides y Empédocles, cuya empresa, contrario al pensamiento arcaico que les precedió (cosmogonías orientales de tipo mítico, que describían la lucha de entidades personificadas, fuerzas cósmicas y generaciones de dioses), junto a pensadores notables (Jenófanes, Pitágoras), proponía ante todo buscar una explicación racional del mundo.
Entablada la teoría racionalista del universo, del hombre, de la ciudad, los primeros filosóficos excluyeron la guerra entre elementos cósmicos, basándose sólo en realidades físicas (Physis) donde predominaban unas sobre otras. Enunciaron la ley de la contradicción, bastión posterior de la física clásica y la dialéctica, abordando de forma radical, el origen, desarrollo y resultado del “proceso por el cual una cosa se constituye”. Del esfuerzo racional, esto es, de las causas y el origen de las cosas, específicamente del universo, surgiría la elaboración gnoseológica de: naturaleza, proceso, indagación, movimiento, historia, categorización de la physis, estudio de la naturaleza, siempre desde una óptica universal… Aquel esquema evolucionista sufriría con Platón un giro fenomenal, caracterizando un proceso que entonces se engendraba a sí mismo, automotor, es decir, el alma. El universo no nacía ya del automatismo de la physis sino de la racionalidad del alma en tanto principio anterior a todo y causa de todas las restantes causas. Pensamiento centralizador (que adoptaría Agustín de Hipona), motor primigenio, fundacional, denominado por Anaximandro el Arjé (Arché): comienzo del universo y cimiento originario de toda existencia.
Del siglo IV, Demócrito, precursor del atomismo, el epicureísmo y, adelantadamente, de las ideas ilustradas, marcaría distancia al considerar que, además de contemplación, el telos de la sabiduría debería ser la alegría (Narbona, 2024).
Tales, “primer filósofo occidental”, consideró el agua como origen de cada elemento existente, Anaxímenes entendió que tal pretensión residía en el aire, mientras Heráclito, defensor del flujo eterno y la mutación constante, además de negar tajantemente cualquier inmortalidad, lo atribuyó al fuego.
El “por qué” devino larva del conocimiento general; su mera propensión indagadora instituyó el mayor regimiento logrado por la razón (Logos). Ese desvelamiento epistémico, por sí solo, condicionaría la trayectoria histórica del conocer.
2,570 años después, el teatro de la existencia y de lo existente, benévolo y brutal, prorroga aquel propósito y desvelo filosófico: el milagro de pensar. La angustia existencial, dimensiones múltiples sobre un plano transdisciplinario y revuelto, ocupa la meseta superior del saber y quehacer filosófico.
Hoy, atareada en las transmutaciones del mundo-vida, reconstruyéndose desde el ciberespacio y la inteligencia artificial (AI), la Filosofía de la Tecnología (Mitcham, 2019) tiende puentes de comunicación y exploración ética al interior de las profundidades y las cuerdas que atan y desatan el cuerpo ilimitado del cosmos tecnológico.
Tras lo universal y complejo, perennes disputas del pensamiento insondable, la filosofía es también práctica cotidiana, ámbito dialógico y cultural, trasformadora del oficio más arduo e intrínseco del ser: vivir. Grandes son los desafíos humanos porque grande es la espesura crítica de filosofar; indagando y cuestionando, mediante la confrontación razonada, en el aire denso de la contemplación y dentro del rescoldo gris donde reverbera oculta la luz de la verdad (Aleteia).
El universo, su magnanimidad, grandilocuencia y totalitaria desmesura, comenzó a ser considerado gracias al ejercicio razonado que alumbró la filosofía. Y si Dios existe o no existe, la comprensión del universo igualmente corresponderá a nosotros, criaturas deambulantes y efímeras, filosóficas por necesidad y por sumaria obligación.
Y hasta tanto aparezca alguna otra civilización que nos desmienta, esta mezcla de asombro e ironía tan descomunal y paradójica, con deslumbrante exclusividad y perturbadora dicha, nos pertenece todavía…