jueves, octubre 30, 2025
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Educación: “El asombroso don del lenguaje”

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 Ricardo Nieves

De todos los dones humanos, quizás sea la palabra el más fulgurante, asombroso, circunstancial y arbitrario. Cada sentimiento o acepción va cargado de lexemas, morfemas, afijos y desinencias…como una mampostería estructural que, ajustada de forma convencional y perdurable, sostiene las raíces del árbol fundacional de la experiencia humana. Un cosmos milenario, referencial, donde las categorías gramaticales fijan su aura inmanente para transmitir e hipostasiar sentido al caos, y dar nombre al reino inextricable de lo innombrable.

Ese mítico suceso de sustantivar, describir y adjetivar -más allá de lo dado- proporciona contornos a la realidad contextual. Entre la plenitud y la pulsión, tan sustanciadas están las palabras que solo por su través podemos ejercitar el subversivo atrevimiento de pensar. Explorar fuera de lo inmediato, intuir que estos relieves y garabatos adscriben significados y albergan entidades sentientes, es paroxístico y surreal.

Los materiales que forman el mundo son los mismos con lo que se constituyen las palabras. Entidades singulares e imaginadas -habladas o escritas-, capaces de transformar, mediante su encantadora arquitectura (técnica, científica o poética) el ignoto y revuelto universo mental.

El grito, el canto, la esperanza, la desesperación, la grandeza, la villanía, la planicie, la rugosidad, el calmado valle o el precipicio fatal no caben más que dentro del vientre enigmático de las palabras fundadas. Donde aletea una realidad viva, sorprendente, dinámica. El sentido que atesora un concepto emerge relacionado con otro, y así van vinculándose, sin distanciarse, uno a uno, hasta hilvanar el penúltimo vocablo.

Es caprichoso saber que ostentamos, privilegiadamente, su proteica virtud. Ha sido aporético y deslumbrante apropiarse de este arquetípico y prodigioso armamento. Lo alucinante de narrar y hacer entender lo narrado no es comparable al límite de lo insólito, sino al más insubordinado y críptico propósito de todos los inventos humanos.

(Hablar exigió primero un sistema auditivo sofisticado, eslabón primigenio en la sinuosa cadena del lenguaje. Creativamente, pudimos adaptarnos para escuchar sonidos en el mismo rango de frecuencia en que somos capaces de pronunciarlos. Esta correspondencia revela cuán estandarizados están los niveles sonoros y las ondas en que nos comunicarnos).

La escritura y la lectura -mucho más recientes (3,500 a.C.)- marcaron el clivaje rupturista de nuestra revolución parlante. Un extenso proceso evolutivo y simbólico: desde signos y dibujos míticos hasta jeroglíficos ancestrales, que cifraron pictogramas, ideas, sucesos, historias, conflictos…

Nuestro pensamiento adquirió una dimensión afectiva y corporal, y la palabra absorbió el reflejo de aquella proyección evocadora y germinal. Sería impensable concebir la imagen del pensamiento fuera del magnetismo resplandeciente que emana de la palabra pensada.

Benjamin -recuerda Borges- proclama que el lenguaje humano surgió para redimir a la naturaleza de su mudez; rescatándola desde adentro, desde su latencia protohistórica, para interrogarla desde afuera. La palabra abandonó ese íntimo y replegado (des)conocimiento de las cosas, y devino juicio sobre ellas. De aquel núcleo constreñido, irrumpió hacia la superficie abierta de cada identidad reprimida, de toda cualidad confinada.

El silencio, un significado oculto y todavía no dado, clausuró la palabra hasta el rompimiento de su cascarón encubridor, liberando del encapsulamiento lo más recóndito del espíritu humano: “la razón que conoce…” Acaeció así la mayor apertura epistémica del mutismo, que había permanecido encerrado en su propio laberinto autoritario.

Impenetrable o sencilla, la palabra eclosiona de ese desgarro de luz. Y la toma de conciencia brota del desocultamiento profundo del plano aprehensible, cuando las determinaciones concretas descubren su textura simbólica…Para Borges, las palabras -ilusorias, imperfectas y mayormente circunstanciales- hicieron posible entrever una realidad hasta entonces caótica, insondable. La conciencia resultaba inaccesible sin antes captar la toma de la palabra: el hecho pragmático y prominente del lenguaje mundano, viviente.

La palabra iluminó al mundo y, con la hondura del entendimiento, su incandescencia clarificó el lenguaje profano. Impulsada por su máxima ascendencia alcanzó una sublimación suprema: la creación poética. Su transfiguración y ulterior desvelamiento desbordaron la razón y la lógica, aproximándose, en estilo modesto o tejido complejo, al lenguaje mimético que, por analogía, vibra como la música. Porque en la poesía cada término es único y cada palabra vale por sí misma, acoplándose al placer de la sonoridad, a la secuencia rítmica y mutante que orbita en los finos intersticios de las palabras danzantes…

Sin lenguaje, ninguna escuela florece…


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