En defensa de la Esperanza
LIBRE-MENTE

Byung-Chul Han ha vuelto a sorprendernos. Esta vez con el tono esperanzador de su penúltimo ensayo, El Espíritu de la Esperanza (2024). Aplomado, aborda la multicrisis de la sociedad actual, bajo el velo de la angustia, la sensación opaca del porvenir y el cansancio inefable que asedia la supervivencia posmoderna.
Se aferra al “horizonte de sentido”, escudo simbólico contra el miedo y el resentimiento desatados por la marea política del populismo de derecha, erigido como mantra de salvación y última carta política civilizatoria. Desborda los pronósticos e intenta sofocar la tea que arde por la incapacidad de pensar en el ciberespacio donde prolifera el odio, introyectado en los discursos de estirpe vengativa.
Apartado de su obra precedente, convencido y más calmado, reconoce los apremios, los efectos corrosivos del populismo extremo y del neoliberalismo autoritario. Frente al drama, persuadido y convincente, antepone la esperanza como respuesta razonable, ética y valiente.
Desentraña el bullicio apocalíptico que vierten las emociones del individuo resentido. Semilla que germina en cada esquina del universo cibernético: antesala del empobrecimiento de la razón que en vez de ciudadanos pensantes nos convierte en supervivientes y figurantes.
Expone la fragilidad intrínseca que supone el miedo. Cómo paraliza la libertad, enturbia la conciencia y distorsiona los sentimientos. De sus picos escarpados, visibiliza el intento inflado por presentar al populismo como último palio político de la posmodernidad.
No parece encomiable hablar de esperanza en un tiempo que, para rematar, carece de capacidad de espera y no goza de saludable paciencia. Han se arriesga. Desmonta el falso consuelo de la positividad psicológica y del optimismo positivista, destilado por la promesa de felicidad portátil y realización individual gratuita.
La promoción desenfrenada del positivismo, sin medida razonable, arrastra millones de vidas hacia una nebulosa narcisista. Transformada en escuela de fe, su enseñanza, casi infalible, se funda en el credo de la extrema derecha, priorizando la negación democrática y la sospecha política. Invasiva, infiltra la duda y la confusión en todas las instituciones, empezando por la ciencia.
Han separa, dialécticamente, optimismo y esperanza. Así, pesimismo y optimismo, aunque parezcan irreconciliables, tienen un lugar común: el optimismo dormita convencido en la mesa de la complacencia y la abundancia; el pesimismo, en el hechizo irreparable y seguro de la desgracia. “El optimista no arriesga nada porque no necesita razonar su actitud; la esperanza, al contrario, habita en el futuro, se moviliza, anda…”
La esperanza toma distancia del pensamiento y la psicología positiva. Teorías dulzonas y fofas que ofrecen el bienestar y la dicha, simulando un almacén psicológico al alcance de todos. En cambio, la esperanza posee otra dimensión ontológica y espiritual; jamás permanece estática ni descansa. Afronta las negatividades de la vida, deja indicadores y señala senderos, no se resigna, siempre está en marcha…
Esta perspectiva discrepa de Camus; Han reafirma que “vida y esperanza son lo mismo”, pues, el acto de vivir -aunque lo ignoremos- es abrigar esperanza. Sobre Spinoza -quien excluye la posibilidad de que la esperanza pueda abrirse camino en el campo en la razón-, replica: “La esperanza tiende una pasarela sobre el abismo al que la razón no se atreve a asomarse”.
Redefine el miedo. Razonar públicamente conlleva riesgos y amenazas. Pero la esperanza mantiene una inspiración proyectiva, y es, en última instancia, la herramienta apropiada para combatir el temor, enemigo declarado de la democracia.
No gotea de una fuente artificiosa de símbolos desvaídos para quienes, abatidos por los pedernales de la existencia, ya no tienen qué soñar. Su clave universal envuelve una conciencia secreta que examina el porvenir y revela cuán honda y quebrada puede ser la espera; o que el mundo ha troceado nuestras vidas sin opciones de evitarlo ni volver atrás. Sin embargo (parodiando la condena de Sísifo), un impulso, casi metafísico, nos impide renunciar. Un apretado registro de nuestras arbitrariedades y pretextos arroja el balance necesario para, a pesar de todo…perseverar.
Esperanzas y utopías aparte -diría Borges-, el hombre sabe que en el alma habitan tintes más desconcertantes, más innumerables y anónimos que los colores de una selva otoñal…y, aun así, espera. Evidente o reservado, detrás de cada ser pensante, hay un principio original, inmutable que, desde el fondo, reposa y aguarda: el infatigable espíritu de la esperanza humana…
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