Nelson, tu fe te ha salvado

OTEANDO

EMERSON SORIANO

Te hiciste hombre solo. Te las arreglaste desde niño para suplir las carencias afectivas y fabricar esos afectos ausentes con la férrea voluntad de un genuino estoico. La insuficiencia de tu mundo las supliste con palabras de autoaliento y, únicamente yo, fui depositario de los dolores que causaban en ti lo poco que te ofreció el mundo desde siempre. Y si me enteré, nunca fue debido a algún clamor tuyo del que se pudiera deducir tu inconformidad con el mundo ni con Dios. Aún veo con todos sus detalles la escena circundante a nosotros cuando, sentados en un banco de parque en nuestro lejano Dajabón, acariciamos sueños de mocedad que creíamos alcanzables a fuerza de repetición.

Nos llegó, como todo y a todos, la decisiva hora de separarnos, de “hacer camino al andar” Y fue así como volaste lejos para intentar elaborar, solo con voluntad y propósito, el mundo que nunca fue. Porque, si bien escalaste un peldaño más, ello solo ocurría en un mundo que no te explicabas y que, a veces, te parecía construido por tu propia ilusión óptica. Materia, ser y tiempo se conjugaban para seguir tejiendo sobre ti la imaginaria existencia hecha consuelo. Ahora, una película retrospectiva me obliga a repasar esa ontología hecha de encuentros y desencuentros con las oportunidades que la vida nos ofreció desde siempre: me veo y los veo, a ti y a Rafelo, montados los tres al mismo tiempo en tu bicicleta aro 26, uno en el timón, otro en la barra y otro en el sillín. Me veo cuando te recogía en el carro de mi casa, los domingos por las tardes, para pasar frente a la casa de una muchacha pretendida, apenas si una o dos veces, porque no podíamos agotar el combustible de papá, y nuestras mesadas, debíamos conservarlas para, en la noche, ir al cine a ver películas de vaqueros y autoinsuflarnos el heroísmo preciso para simular la gloria aún inalcanzada.

No hemos pasado los últimos años juntos , al menos así pudo parecerle a algunos, o a muchos, porque solo nosotros supimos el grado vinculante de nuestro amor fraterno, ese que nunca fue preciso expresar con palabras, porque el amor verdadero no tiene tiempo ni espacio, ni edad, solo es, y nada más. Tu final en este plano te llegó envuelto en una dolencia que otros, y yo mismo, no gestionaríamos con el resignado estoicismo que tú lo hiciste: nadie nunca oyó una queja, ni siquiera un suspiro que pudiera estimarse como inconformidad con el claro designio de Dios que viste en tu quebranto y que concebiste como el medio del que se valió el todopoderoso para que trascendieras al plano en que sabemos te encuentras ahora. Nunca comenté a nuestros amigos comunes tu dolencia. He querido callarlo hasta hoy. No me creí con el derecho de provocar la compasión ajena hacia ti, por eso me puse a recaudo de propiciar escenas de tristezas compartidas, de esas que siempre te obligó a distanciarte tu naturaleza de hombre superior, en el sentido espiritual de la palabra. Yo mismo te evité mi presencia física, para que no tuvieras que bregar con esa suerte de insuficiencia que te hiciera sentir reducido en la encrucijada final.

Tengo por consuelo que, de un tiempo a esta parte, te habías encontrado ya con tu propia esencia, contigo y en ti, y abrazaste una fe que supiste predicarme hasta persuadirme de que esto no es todo cuanto hay, que nos esperara una promesa por ver cristalizada, y otra, y otra, y muchas más en este viaje del que aún no conocemos el final. Sé que me ves y me escuchas, aún estás aquí, observando acaso la sin razón de nuestra tribulación, compadeciéndote de nuestra falta de entendimiento, y rogando porque vivamos la evolución que nos hará cada vez mejores. La franca aceptación con que asumiste tu destino final, y el lugar donde estás ahora, me autorizan a reconocer que “TU FE TE HA SALVADO”, NELSON FONDEUR.