No puedo afirmar de manera categórica que el realismo político había desaparecido de la misma manera que Yuval Noaḥ Harari afirma que los relatos socialista y fascista se agotaron como opciones de distracción narrativa, en lo tocante a los constructos generados por estos como opciones para el desempeño del Estado. Quizá ha estado ahí, subyacente en cada hombre o mujer que siente nostalgia de él, o en cada ser humano que, aunque ignore su marco teórico, ha perdido la fe en la cooperación recíproca entre los estados como forma de crecer en un ambiente de mínima presencia de rivalidades geopolíticas.
Con todo, lo cierto es que el enfoque realista de la política se reincorpora a nuestra cotidianidad internacional en un mundo donde, a la vez, la idea de la democracia liberal se promueve, cada vez con más énfasis, como una opción deficitaria en su desempeño e improductiva a futuro. La famosa “naturaleza humana”, usada como pretexto histórico para justificar el realismo político, parece ser -de nuevo- estímulo y materia justificante de la fuerza como medio de concentración y retención del poder: hoy más que nunca se desdeña del idealismo político presidido por la visión moral y de la influencia de concepciones éticas para el desempeño de los estados.
Cuando parecía que las visiones “renovadas” de Reinhold Niebuhr y Hans Morgenthau del realismo político clásico se habían diluido por efecto de la dinámica de cooperación bajo cuya directiva se ha desempeñado la geopolítica en las últimas décadas, las visiones tucidídea, hobbesiana y maquiavélicas de Estado son resucitadas en pleno siglo XXI por Mearsheiner y Walt con un desenfado que le ha producido un innegable abolengo como docentes y politólogos. Sin embargo, ¿hay que perder, por el escenario imperante, la fe que parte de ese enfoque positivo de la naturaleza humana? Yo digo que no. Pienso que, por muy apocalíptico que parezca el statu quo, todas las civilizaciones han debido enfrentar desafíos que le parecieron tales.
Nos toca hacer nuestra parte, sin caer en autosubestimaciones de ningún género. Hay que manifestar nuestro enfoque como país sobre el particular. Ya he visto a parte de nuestro liderazgo abordando el tema con la debida responsabilidad. Preciso es que, todo el liderazgo, político, empresarial y social lo haga, pues, nunca somos tan pequeños como para no incidir, y la peor opción es no elegir una opción. Cabe siempre identificar una, nuestro imperativo categórico es hacer, pero sobre todo “decir”, porque “estamos hechos de palabras”, y nada quita que las nuestras resulten las políticamente mágicas.