La lucidez siempre ha sido peligrosa: frente al poder que la persigue y ante la arbitrariedad que la erosiona. El destino de muchas mentes admirables, en épocas diferentes, estuvo marcado por la persecución, el ostracismo, la soledad o la prisión. Hoy, sofisticada y no menos vejatoria, su amenaza se balancea desde la paranoia social al fusilamiento digital.
Extenuados, errantes o solitarios, cerebros privilegiados, en defensa de la razón, vivieron contra el reloj de la vida y en la penumbra de la historia. Casos emblemáticos refrendan la vigencia de textos históricos y bibliotecas clásicas. En letras borrosas y arrugadas los siglos testimonian aquellos duros días de gloria conquistada. Ejemplos de valentía intelectual y templanza ética interpelan nuestra memoria. Quienes resistieron el látigo y la afrenta, los condenados a la locura, los pasados por la espada o los echados en la hoguera. Del panteón de los egregios, entre las sombras, sobresalen sus huellas decorosas. Derrotados por el poder siniestro de su época, reivindicados por la verdad histórica como recompensa.
Pensar distinto, mostrarse discrepante, ha costado bastante; pero no ha sido en vano. Solo la lucidez -ese atrevimiento que cuestiona la hegemonía y su cohorte, que disiente en favor de la libertad- ha podido remover, con osadía, los altares ocultos y empinados del poder. Reservado, justiciero, todavía podemos releer el epónimo archivo de figuras que desafiaron la oscuridad, la indiferencia, la crueldad.
Quizás, por la singularidad de sus biografías, por el despiadado destino que signó ambas existencias, pensamos -por mencionar dos casos- en Boecio y Spinoza.
Boecio personifica un adelanto de los siglos. El último pensador antiguo y el primer escolástico; de hondura intelectual y sapiencia alucinante, cultivó la fe, las letras, la lógica y las artes. Admirado tanto por la iglesia ortodoxa como por la tradición católica. Le debemos (junto a Casiodoro) el fundamento clásico del Trívium y el Quadrivium, bases primigenias del conocimiento de las artes liberales que dieron origen a las universidades medievales. Acusado de traición por un refrendario del rey, sometido a feroces torturas, apartado, terminó sus días en Pavía, decapitado.
Spinoza es incomparable. La más tersa cabeza de la reflexión cabal y la erudición filosófica. Retó, a riesgo de todo, el dogma religioso de su tiempo. Enfrentó y contradijo a Descartes; intercambió correspondencias y confrontó al mismísimo Leibniz. Los tres, después, cada uno en su sitial, fundarían el racionalismo occidental.
Sin hogar ni domicilio, excomulgado, bajo la amenaza de ser quemado, deambuló por Europa, arruinado. Gracias a los poquísimos amigos que conservó, su obra, publicada póstumamente, fue salvada del fuego casi de milagro. Aunque jamás negó la existencia de Dios, lo acusaron de escribir obras blasfemas, considerándolo ateo, hereje y profano. Rechazó recompensas y honores, provocando mayor animadversión y amargos recelos entre sus detractores. Pocos pensadores fueron tan vituperados y reprimidos como este filósofo holandés de origen judío. Tres siglos después aún persisten herederos de quienes jamás le perdonaron su elogio a la razón y su radical defensa de la libertad.
Al filo de la humillación o de la espada, a pocos pasos de la hoguera, aquellas historias pertenecen a etapas cenicientas y remotas. Nuestro siglo presume de ser diverso: no apela al tormento físico ni al agravio frontal del espíritu lúcido, ha perfeccionado otras modalidades de silenciamiento. Dispone de nuevos arietes y sofisticados instrumentos. Difundir la falsedad, arreglar una mentira, resulta mucho más simple y económico que autentificar lo verdadero y comprobar la veracidad.
Con Schopenhauer entendimos que el “velo de Maya” (manto simbólico que engaña la razón) ha desbordado su plano ancestral para esparcirse, con fuerza abarcadora, obstruyendo la comprensión y desfigurando la certeza racional.
Apantallada de luces y ordenadores, la inquisición de nuestra era cambió de método y de inquisidores: plataformas y redes globales provocan lapidaciones digitales. Distorsionado el ciberespacio, mediante inteligencia artificial, fragmentan la reflexión crítica y empobrecen la palabra razonada.
El “velo de Maya” presente es digital. Deepfakes, falsedades y desinformación invaden una gran parte de la población manipulada. La corrosión de la arquitectura cognitiva deforma la conciencia individual y colectiva. La sociedad, ilusoriamente empoderada, privilegia la vacuidad y, ensimismada y triunfal, va denominándose ciudadanía digital…