viernes, agosto 1, 2025
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Un poco más allá del Jardín Botánico

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Ricardo Nieves

Ahora que José María Cabral, venciendo la abulia y el desencanto social, se atrevió a convocar una “cadena humana” para encender otra chispa de esperanza. Ahora que una buena parte de la ciudadanía, al compás de su llamado, concienzuda y valientemente, plantó cara al gobierno ante la pretensión o amenaza de mutilar el Jardín Botánico Nacional.

Ahora que este emblemático espacio capitalino, como un como buda antiguo, reverdecido y obstinado, sobrevive al asfalto, a las torres empinadas y al gris imparable del cemento urbano. Ahora que el clamor de tanta gente, de diferentes litorales, colmada de razones y derechos, desafió toda tentativa por desfigurar la silueta de su arquitectura y la exuberancia de su vistosidad integrada.

Ahora que muchos levantaron la voz, sacudieron sus pancartas coloreadas y acogieron el llamado hasta conformar una cadena cívica, pacífica, ecológica, ciudadana.

Ahora que varias figuras públicas (entre ellas, políticos con un descolorido historial y presunta lealtad momentánea), sensibilizadas y unidas por las circunstancias, han dicho presente por el presente y el porvenir de tantos.

Luego que esta pequeña aurora se colara por esa ventana de la capital y, de forma prometedora, abriera un horizonte sutil en favor de la conciencia nacional, ha llegado el momento oportuno para demandar, vehementemente y con determinación, que además del Jardín Botánico, el gobierno preserve nuestras principales riquezas naturales, vale decir, las áreas protegidas, las cuencas hidrográficas y los parques nacionales.

Justo ahora que el despertar convoca, promete y reunifica en torno a la defensa de nuestro patrimonio natural, no hay coyuntura más propicia para alzar una sola bandera, un mensaje unificado y una enérgica pancarta, exclamando: ¡Basta!

El instante es preciso para encender un poderoso sentimiento colectivo, sin devaneos; sin excusas perezosas ni demoras rutinarias.

Con la fuerza de la razón, el principio de la ley y la supremacía de la constitución, desalojar a los intrusos que invaden y destruyen nuestras áreas protegidas y nuestros parques nacionales. Depredadores impunes que, empujados por la ambición de unos pocos y la incapacidad del Estado, destrozan montañas y ríos, rellenan y secan humedales, se apropian de las costas y las playas, arruinan especies y manglares.

Ha llegado el momento de eliminar las barreras divisorias y asumir la defensa de los recursos naturales -ya desfigurados y degradados-, cuyo deterioro acumulado afecta a todas las generaciones de dominicanos.

Recuperar las áreas protegidas y los parques nacionales es una obligación moral, estratégica y vital, puesto que las fuentes acuíferas configuran la vida misma de nuestro pequeño espacio insular. Allí, donde la diversidad biológica (flora y fauna) apenas resiste, nacen las principales arterias de la patria; entre otros, los parques: Valle Nuevo, José A. Bermúdez, La Humeadora, Juan Bautista Pérez Rancier, Hoyo del Pino, Loma Siete Picos, Lomas de Blanco, Diego de Ocampo, Loma Quita Espuela, Los Haitises, Loma Isabel de Torres, Loma Novillero, Reserva de Biósfera Jaragua-Bahoruco-Enriquillo…

Sin heroísmos de redes ni posturas pasajeras, estamos a tiempo para conformar una cadena nacional que detenga la destrucción definitiva de nuestro vapuleado patrimonio ambiental.

A ver quienes, comprometidos y motivados, emularemos la valiente iniciativa que, con el Jardín Botánico, volvió a construir José María Cabral; una cadena que parta desde las puertas del palacio nacional pase frente a las residencias de los funcionarios de medioambiente, de los insufribles legisladores y de los alcaldes irresponsables, muchos de ellos en franca complicidad con los depredadores, convertidos en verdugos de sus propias demarcaciones y comunidades.

Solo la presión social puede obligar a quienes en lugar de defensores han actuado como aliados y protectores de los depredadores insaciables.

Después de aquel ejercicio, pacífico y aglutinador, muestra ferviente de ciudadanía responsable, corresponde ahora dar otro paso hacia el frente. Una cadena humana por las áreas protegidas y los santuarios naturales, donde los ríos, saqueados aguas abajo, son convertidos en cloacas terminales, ahogados por la basura, la irresponsabilidad, el foam y el plástico en toneladas.

Un poco más allá del Jardín Botánico y de su eufórica jornada están pendientes las grandes heridas de los parques nacionales y de las áreas protegidas: ríos que languidecen, cordilleras taladas y quemadas, cuencas hidrográficas invadidas y robadas; en fin, el testimonio deplorable de una isla que se encamina a ser arrasada…


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