viernes, junio 13, 2025
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El alma de las palabras

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Ricardo Nieves

Lera Boroditsky, investigadora, neurocientífica de Stanford, destaca cómo la lengua habilita y condiciona la manera en que pensamos, vemos el mundo y percibimos la totalidad. Las palabras –señala– no flotan aisladas en la nada, están conectadas a otras palabras, recuerdos y emociones que cuando aparecen en nuestro cerebro desencadenan respuestas e ideas asociadas siempre a momentos y situaciones cambiantes, tanto que, incluso, pueden influir decisivamente en el funcionamiento de nuestro cuerpo.

Este instrumento cognitivo, complejo y transformador del mundo mental mediante símbolos y representaciones, nos confiere sentido y da existencia a las cosas. Cada idioma entraña un conjunto de categorías compartidas que nos permiten comprender nuestro horizonte común, edificando un sistema propio que nombra, clasifica y sustantiva el mundo.

En la lectoescritura utilizamos las mismas herramientas visuales y cognitivas que los primates, vestigio de una remota escala evolutiva; sin embargo, el habla es singular y compleja. Las neurociencias respaldan que el cerebro procesa lo hablado secuencial y sistemáticamente, interconectando sonido, sílabas, palabras y, finalmente, la gramática, que estructura las frases y adopta los significados. Y todo en la fracción de tiempo que dura un sonido (una décima de segundos), evitando que puedan esfumarse de la memoria a corto plazo, la cual, como sabemos, es limitada y volátil para los vocablos.

Día a día, construyen nuestros relatos, nuestra memoria y, con ellos, la capacidad de ver y entender lo que nos rodea, así como el mundo de los otros. Luis Castellanos (2017), filósofo de Navarra, experto en lenguaje positivo, afirma: La personalidad es una construcción que se hace palabra a palabra, gracias a la continuidad del taller cultural, que adapta y perfila cada glosario.

El presente y el futuro son, en gran medida, armadura y proyección de las palabras, porque sin ellas no hay tiempo ni porvenir. Estupenda energía que alumbra al cerebro y deslumbra al intelecto, pues, a fin de cuentas, funcionan como activador y llave que abre las compuertas del mundo a la energía y la creatividad.

Sobre cualquier otra aptitud, nuestra inteligencia es asombrosa: buscamos el futuro con relativa seguridad, impulsados por el vehículo extraordinario que transporta las palabras. Su finalidad, por tanto, supera el mero acto de percibir y manifestar el contenido de las cosas. Pese su imperfección, posibilitan predecir y organizar el pensamiento, conforme a las diferencias y a las colosales experiencias de la inventiva humana, haciendo que, al cruzarse, la complejidad y la magia florezcan simultáneamente.

La autonomía lingüística, en tanto competencia de libertad y de conciencia, es tan sustancial como el propio acto de razonar. En clave positiva, acorde con la necesidad de vínculos y relaciones construidos en la travesía social, equivale a discernir y elegir positivamente. No se trata de “bondad lingüística o purismo gramatical”, sino de reflexionar sobre la palabra bien cuidada, porque, ante todo, nuestra vida es tiempo y atención; dedicación a las cosas que consideramos nuestras y atendibles.

Curiosidad y admiración, por ejemplo, dos lámparas preciosas del intelecto fundamental quedarían apagadas si no hallaran en las palabras la chispa germinal para su plena iluminación. Exteriorizarlas, a través del alumbramiento de ese poder, es hacerlas significativas, visibles, vivas.

Daniel Kahneman, psicólogo, Nobel de economía (2002), estableció que lo más interesante para los humanos es la historia de su propia vida, y después, que sea una buena historia con un protagonista decoroso…Las buenas historias, desde luego, podrán construirse a partir del lenguaje y la fuerza del vocabulario positivo, sorteando la negatividad, con la fortaleza y la autonomía que nos conceden las palabras inspiradoras, aquellas que tienen alma (Castellanos, 2015). Las palabras negativas, fastidiosas, son desalmadas. Pueden sufrirse con aspereza y mordacidad, e incluso somatizarse; en cambio, las positivas tienen la potestad de aliviar vidas.

Somos lo que practicamos, las cosas solo funcionan cuando se ponen en práctica. En efecto: sí, alegría, confianza o enfado, determinan, con igual proporción, la usanza o la costumbre que de ellas emana, así como las consecuencias que, por su constancia, habrán de provocar.

Palabras como calma, paz, sosiego y serenidad ocupan ciertos espacios mientras clausuran otros, identificando y asociando aquello que, en la práctica, acontece. Así, admiración, alegría, orgullo y entusiasmo son, en esencia, sustratos de contagios positivos y, según el tono gestual, escrito u oral, complementan la función de visibilizar las cosas; en este caso, asertivamente…


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