sábado, abril 12, 2025
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¡Se nos fue Rubby Pérez!

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Emerson Soriano

En medio de la tragedia ocurrida en la discoteca Jet Set, donde ya iba por 58 el número de víctimas mortales sacadas de los escombros en el día de hoy, las autoridades nos dosificaban la información del deceso del afamado cantante Rubby Pérez, hasta que ya no fue posible ahorrarnos el dolor del suceso y, a las cinco y treinta de la tarde de hoy, confirmaron la partida de esta gloria del arte dominicano. Y, no es que ya no teníamos suficiente dolor con el anuncio de los demás hermanos fallecidos, no es tampoco que no nos arropara más incertidumbre ni menos angustia ante la situación de los que aún yacen bajo los escombros. En modo alguno. Es que hay que admitir que, muchas veces, la conexión entre el artista y su público llega a un grado tal que éste asume aquél con un sentido de pertenencia que no hay voluntad humana capaz de reprimir el dolor que causa el ramalazo de tan aciaga noticia.

El hombre, que por más que la ve ocurrir en su entorno, no termina de asumir la muerte más que en en la otredad, sabe que, como dijo Aquiles: “todos mueren un día”, pero, en los afanes cotidianos parecemos comportar un acostumbramiento a esa terrible idea y, en la espera de nuestro peor día, se diluyen -eso sí, acechantes-, tanto la idea del fenómeno como la certeza de su llegada. Compartimos ese yecto heideggeriano que nos impone llamarnos unos a otros “compañeros”: compañeros en nuestro arrojamoemto, en nuestros infortunios, en la impotencia para permutar el final, sin que lograrlo o no vaya a cambiar su naturaleza odiosamente terrible.

Así que, finalmente. repito, nos dieron la noticia. Me encontraba sentado en mi “poltrona de las cavilaciones” cuando nuestra amiga Evelyn Belliard lo dijo: “nos confirman el deceso del cantante Rubby Pérez”. Se hizo un silencio, no en el aparato televisor, sino dentro de mí. La voz que inmortalizó al compositor de “Volveré”, esa historia de amor de marinero truncada por las responsabilidades del oficio que tan hondo nos llegó, se había apagado para siempre. Su ciclo había terminado: la plenitud, el florecimiento y la trascendencia se escurrieron cómplices por los intersticios de los fatales escombros y empezaron su viaje hacia otro puerto. Salté de mi asiento, bajé las escaleras en busca de Rita, la voceé y, al responderme, solo pude balbucear entre llantos: “¡Qué impotencia, se nos fue RUBBY PÉREZ!


 

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