Libre-mente
Ricardo Nieves
Frente al futuro humano, vivimos la situación constante del pensamiento desagradable, presentimientos intrusivos, indeseados y negativos. Semejante al cuadro psiquiátrico, las malas intuiciones llegan sin avisar, interrumpen y posan con temeridad, imponiendo su malestar invasivo e intimidante.
Período de sobresaltos permanentes, razones sobran para barruntar que no habrá, al menos durante mucho tiempo, serenidad espiritual. Dentro de ello, un convencimiento visceral: el pensamiento occidental, basado en la certeza de lo plausible, parece desvanecerse como jerarquía de fiar. Insatisfechas, las grandes preguntas del presente continúan sin cerrar. La resignación, entretanto, suele ser total: si quieres conocer con rapidez, tienes a Google, para todo lo demás, Inteligencia Artificial.
No hemos perdido la verdad concreta, el problema reside en la incapacidad de elucidarla con reposo, reflexión y certeza. Cada respuesta pendiente remite a otra interrogante, la complejidad ha oscurecido la regla. Duramos mucho más que en el pasado; extender la longevidad, empero, no nos salva de continuar atribulados. ¿Adolecemos de categorías suficientes para, proporcionadamente, interpretar lo apropiado?
Cualquier ocasión transmite la sensación de que cada uno rearma el mundo a su modo. La máquina social, soberbia y libertaria, marcha conforme a la imaginación del sujeto solitario. Inmersos en aquel universo de creencias, la muchedumbre experimenta saber demasiado; los entendidos, temerosos de la gamberrada virtual, se apartan para no salir aporreados. Reflexionar con sapiencia podría terminar siendo un acto desapacible, de desagrado.
¿Por qué en la sociedad del conocimiento los ignorantes parecen estar duplicados? Aumenta el número de quienes prefieren desconocer a voluntad, pues, en su lugar, eligieron ser “aceptados”. De hecho, la información prolífica en línea hace creer que entender es parecido a armar un rompecabezas: el manual al alcance todos y luego pegarlo, pieza por pieza. Renata Salecl (2022) lo ha denominado “ikeación de la sociedad, modalidad del hágalo usted mismo y del auto-armado.”
Damos por sentado que sabemos de todo porque en Google todo está etiquetado. Cuando los expertos disminuyen confianza, los nuevos doctos -de la prisa en la red- avanzan sin cuidado. Si los más entendidos pierden consideración, a favor o contra la ciencia, cualquiera pudiera “conocer lo necesario”. La automedicación en línea y el coaching son dos ejemplos palmarios: alardean como instrumentos perspicaces de precisión, elocuentes, incuestionados. Pensar desagradablemente encuentra poca objeción, es un armamento de combate intelectual, muy refinado.
Esta “ilusión de saber” -agrega Salecl- aventaja al sesgo del autoengaño, fuente habitual de negación, tanto para las víctimas como para los victimarios. El odio, el amor o el desprecio bajaron del tren, importan menos, porque el verdadero terror es sentirse ignorado. El mayor rechazo no lo causa el odio, sino la anulación visible, la creencia insoportable de no haber sido avistado. Suficientes angustias, en niveles cotidianos, dependerán de sopesar como seremos vistos y de percibir si estamos a la altura que los demás esperaron.
A fin de cuentas, el desprecio del entorno virtual es comparable al acto de agresión intencionado. Menospreciar, en cuanto tal, es castigo capital, puesto que la idolatría del mercado tolera todo, menos el fracaso. Tan efectivo resulta ser el decálogo del éxito que, ante su falta, crea la necesidad de simularlo.
De ahí, rozando el límite demencial, el esfuerzo de cada uno por salir airoso a como dé lugar. Acaso sea esta la mayor colonización del ego en la historia universal.
La ideología política es un ente fosilizado. Derecha e izquierda se funden en un abrazo de muerte común, por descompensación ética y consentimiento informado. En efecto, situarse del lado de Putin, Ortega, Maduro, Trump, Bukele o Milei, hace coincidir perfiles distintos, coyunturalmente igualados.
Del capitalismo posindustrial, de su curso veloz y elongado, aumentan los portales de la incertidumbre. Paradójica, la realidad, por momentos desesperante, sigue siendo atractiva, sin embargo. El consumismo es una máquina voraz, atemporal, ciega, reconfortable. El pensamiento desagradable intenta ignorar la realidad, desprenderse de alguna parte, fantaseando con sustancias, creencias, fármacos y terapias recomendables.
Ignorar lo que nos acomete es un acto de supervivencia y consolación; evadir tormentos y preocupaciones para sentirnos, momentáneamente, aliviados.
Nuestro tiempo, inundado de informaciones, entretenimiento y distracciones, apacigua las nuevas angustias y disipa la carga de ansiedades mayores. Este mundo nos llevó a creer que todos seríamos exitosos. Por descontado, en la era del culto a la fama, lo único que no está permitido es sentirse ignorado…