Emerson Soriano
El 16 de los corrientes, el Listín Diario publicó su editorial titulado “Un país atrapado en la anomia”. En el indicado artículo de fondo este periódico denuncia y advierte lo siguiente: “Ciertamente, el país enfrenta una preocupante degradación del imperio de la ley, las normas y los valores morales”. El medio ha hecho una denuncia de lo que todos venimos observando desde el inicio de la década de los noventa: un deterioro progresivo en los valores fundamentales que deben inspirar el desempeño de toda colectividad decente, con deriva hacia sus contrarios, es decir, hacia un aumento de los antivalores. Pero, ¿es esta situación privativa de nuestro país? En modo alguno. Y para muestra, he aquí algunos botoncitos: “Se ha creado un clima de desconfianza, recelo y competencia a degüello. Y en él, las semillas del espíritu colectivo y la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen” (Sygmunt Bauman). “A largo plazo, el liberalismo podría estar condenado a la extinción” (Eva Illouz). “Lo que hoy experimentamos es un completo cambio de rumbo; la destrucción del mundo que nación en 1989” ( Iván Krastev).
Lo anterior nos indica que, en todas las latitudes, hay personas muy preocupadas por el déficit que acusa la democracia como sistema político y el peligro que se cierne sobre ella amenazando con hacer colapsar el sistema de partidos que la sostiene. Y más aún, que muchos intelectuales se están ocupando del tema, al tiempo de hacer propuestas alternativas que propicien un debilitamiento de lo que a Nancy Fraser se le ha ocurrido identificar con el oxímoron “neoliberalismo progresista”, y por qué no, del naciente “populismo reaccionario”. Uno y otro constituyen una retranca para que las colectividades rescaten esa armonía de propósitos nobles que dan sentido a la democracia constitucional.
En nuestro país, ese déficit de la democracia nos sorprende cuando para nosotros apenas si constituye un ensayo hasta la fecha recurrentemente interferido por la ineptitud de muchos que, por no encontrar otros espacios dónde ir a parasitar, se cobijan en la política y el Estado, y hasta terminan siendo apreciados por los tontos útiles no solo como “avezados políticos”, sino también como nobles seres humanos y filántropos, cuando lo que son es promotores del sistema político de la mendicidad, que proveen el dinero de la receta, la urna para el fallecido y la ambulancia para trasladar “los pobres” cuando su salud se agrava. Nuestro reto es educar para mejorar el sentido selectivo de nuestra representación, que sería lo mismo que salvar nuestra democracia. ¡Hagámoslo!