jueves, noviembre 21, 2024

OTEANDO


 

La Kerkoporta del discurso presidencial

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Por: Emerson soriano


No hay retórica capaz de sellar las murallas del discurso de un presidente. Por mucho que se lo pula, él siempre ofrecerá al asedio político una brecha por donde acceder y situarse en el centro de su sentido y significado para invalidarlo, desnaturalizarlo o disminuir su efectividad. Como no puede ser de otra manera, pues, nunca ni su bondad ni su sinceridad, ni su acierto (i. e., la vocación para lograr la conexión con sus destinatarios) alcanzarán ni siquiera a mitigar la aspiración de poder ajena. Y, habida cuenta de que los colectivos políticos son entes aspirantes a acceder al poder, en esa empresa, sin importarles si su crítica se perciba honesta o no, su propia naturaleza y esencia los empujará a destacar siempre las deficiencias que le reportarán la mayor baza en el juego político. De modo que el acierto anda lejos de ser la prenda a reconocer, por parte de la oposición política, a un discurso presidencial. Eso debe quedar claro.

En mi caso, hacer el introito que antecede, no será suficiente ni siquiera para amortiguar prejuicios sobre lo que diré en lo que sigue de este artículo: sé que se podrá decir de mí que estoy vendido al Gobierno, que después de servir en un gobierno de otro partido, estoy apoyando el actual. Sin embargo, ni eso ni ningún comentario idéntico amordazará mi boca ni quebrantará mi espíritu siempre que se trate de hacer un ejercicio honrado del análisis político. He escrito y hablado durante décadas de Leonel, Hipólito, Danilo, Abinader, Balaguer, Bosch o Peña Gómez con la misma objetividad que demandan un ejercicio serio de la comunicación y el buen juicio: cuando lo han hecho bien, lo destaco, y cuando no, también. De todos ellos, al único que nunca le he dado la mano ni conozco es al presidente Abinader. Pero, anoche, cuando este se colocó frente al micrófono para conjurar los desencuentros que había desatado su proyecto de reforma fiscal, quedaron honradas mis aseveraciones, hechas en otros artículos y comentarios, acerca de la proverbial aptitud dialéctica de que es dueño.

No sé cuánto le costará o en qué proporción afectará los planes del Gobierno la actitud tomada por el presidente de retirar su proyecto de reforma fiscal del Congreso después de admitir que se dificultó consensuarlo con el pueblo, al que definió implícitamente como la brújula que orienta su accionar político, pero sí sé que cuando pronunció tales palabras honró su tradicional discurso de reivindicación del sistema democrático y su convicción de la idoneidad de este para alcanzar el desarrollo humano, económico y social que aspira toda comunidad política. Se podrá conjeturar -y ya se ha conjeturado- en el sentido de que lo que hizo fue lanzar una cortina de humo para pasar su reforma constitucional, que su plan es dormirnos en “la mecedora del engaño” con un falso discurso de desistimiento para, luego, ir lastrando lenta y sabiamente nuestro desempeño personal y colectivo mediante medidas aisladas del mismo rango y efecto que las que contiene su proyecto de reforma fiscal.

Es más, ni yo mismo he estado exento de pensar algunas de estas cosas. Y si así resultara, seré el primero en denunciarlo con la misma vehemencia que celebro el retiro del proyecto. Sin embargo, <<La vida se nutre de realidades>>, afirma el personaje ficticio, protagonista de la obra “Tiempos difíciles”, de Charles Dickens. Y hasta ahora, nada de lo que he dicho puede atribuirse a una coincidente combinación de “causas y azares”. Hasta ahora, el único hecho real es que el presidente retiró del Congreso su proyecto de reforma, y que ha dado como justificación el no haberlo podido conciliar con el pueblo. Por tanto, hasta ahora, insisto, lo único que puedo hacer es ponderar el hecho, libre de toda mezquindad, porque ha complacido el grito de su pueblo, y el mío propio, que le advertí más de una vez en el sentido de que todo el debate en que me tocó destacar los males del proyecto, debía verlo solo como una forma de identificar cómo hacer una adecuación de este a las aspiraciones del pueblo. Y tanto lo entendió, que prefirió retirarlo completo a procurar ajustes aparentes que dejarían subsistir la gravosa carga que implicaría.

Así que, señor presidente, al igual que Constantinopla, cuya Kerkoporta permitió el acceso de los turcos a su amurallada ciudad, y la posterior conquista de esta, en su discurso de anoche siempre habrá idéntica puerta. Queda en sus manos la responsabilidad de no defraudar a quienes le hemos tomado la palabra y, en consecuencia, defender con sus hechos su honor y el nuestro, impidiendo la conquista de su reputación personal y política por incumplimiento de su promesa.

 


 

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