jueves, noviembre 21, 2024

OTEANDO


El dilema moral de nuestra clase política y nuestro empresariado

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POR: EMERSON SORIANO


En todos los ámbitos de la vida, el universo “ajusta” su “caos” a las exigencias particulares de cada necesidad. Es verdad que a veces el “efecto mariposa” mete la cuchara, pero aun así, será generalmente para bien. El caso de la efervescencia causada a propósito del paquete de reformas patrocinado por el Gobierno no parece ser la excepción. Y más aún, parece no querer defraudar los valores y principios que inspiran la democracia constitucional, ni tanto menos la fe de los ciudadanos en ella, aun a despecho de las denuncias de su déficit y el anuncio de su fin.

En la especie, las cosas fueron planteadas inicialmente de una manera por el equipo gubernamental, pero su visión ha venido siendo modulada por el efecto burilador de la voz del pueblo, que “es la voz de dios”. Todo, al margen de las negativas conjeturas de los pesimistas de oficio que, viendo siempre el vaso medio vacío, pregonan el ardid del Gobierno, deducido del hábito de proponer 100 para quedar en 50, simulando haber hecho dialéctica con la sociedad respecto de sus reclamos. Pero, como lo cierto es lo comprobable, así sea por medio de las apariencias, el único hecho “cierto” es que, con relación a sus planes de reforma, el Gobierno ha empezado a mostrar su disposición de hacer concesiones a la sociedad.

El presidente Abinader, en su rueda de prensa, “LA Semanal”, ha dicho el pasado lunes que está dispuesto a que los ingresos por concepto de financiamiento público de los partidos sean rebajados a un 50%. También, implícitamente, juzgó inmoral el barrilito de los legisladores. Y esto demuestra que el presidente ha escuchado lo que le planteé el sábado pasado, en el programa radial “El gobierno del sábado, que se transmite por la emisora “Z101”. En la ocasión, le sugerí que, dada su proverbial vocación dialéctica, viera los planteamientos que estábamos haciendo en el debate respecto del tema como un aporte a la solución de la cuestión a partir del cual, a buen seguro, al identificar los puntos de vistas de los eventuales damnificados de la reforma, pudiera mejorar su contenido y alcance.

No obstante, la oposición ha contestado al Gobierno que identifique los recortes que hará (su sacrificio), al tiempo de pedirle justificar la necesariedad de una reforma cuyo objetivo podría quedar satisfecho con la sola disminución de la supuesta nómina de más de cien mil millones que, después de su asunción, ha hecho más túrgido y menos eficiente el gasto público. En el caso de los “empresarios”, la cosa es peor: hay empresas que, de cuatro mil millones de pesos de utilidades netas que obtienen anualmente, dos mil millones son producto de las exenciones. De ese conglomerado, un grupo (unas 26), se ha asociado disponiendo de “unos centavos” para pagarlo a un experimentado economista -quien ya empezó a hacer su media tours- a los fines exclusivos de desacreditar la reforma, pero, en este caso sin ofrecer nada de sacrificio por parte de aquellas: la única meta de ese “clúster” es no ser tocados, porque el país les pertenece, y los consumidores son autómatas diseñados para hacerlos cada vez más ricos. Pero, he aquí que la tal discusión ha puesto aún más en entredicho el ya ventajosamente desacreditado status quo del desempeño de nuestro Estado Constitucional: en el centro del debate se muestran incluidos temas sensibles en grado sumo, porque cuestionan la moral de nuestra clase política -de oposición y gobernante-, y la de nuestros “empresarios” para lanzarnos a la hoguera sacrificial, mientras se solazan en un laxo y paradisíaco entorno que le provee privilegios de toda suerte. Entonces, a aquellos les surge el dilema moral de si la reforma que resulte debe ser el producto final de la suma de sus sacrificios y los nuestros, o, si por el contrario, continúan apretando solo nuestra tuerca a despecho de todo sentido común y a riesgo de que, la corrida de esa tuerca, dé al traste con un sistema que, aunque deficitario, bien llevado podría dar más, mucho más.

La pregunta que nos hacemos es si seguirán obrando como el escorpión, conforme a su ínsita índole, o, por el contrario, unos y otros harán un alto en la vesánica carrera hacia un exilio en Najayo o en Miami. Porque, una vez destruido el esquema que sostiene el sistema -que la población no tiene razones válidas para dejar de concebir como una farsa-, de nada les valdrán ni sus puestos ni sus dineros, ni tanto menos sus empresas. Entonces será el “llanto de Geremías”, expresado en la canción “Quisqueya”, como han debido cantar “Cuando salí de Cuba” los otrora insaciables cubanos, hoy en el exilio, que arrojaron su pueblo a la cueva de los leones representada por un sistema inviable y peor que el nuestro.


 

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