jueves, noviembre 21, 2024
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OTEANDO | El estruendoso silencio de Pedro Balbuena


Oteando

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Por Emerson Soriano


Padece “el vicio impune”. Su provincia es su biblioteca. En ella habita todos los días que no está en audiencia y todas las noches mezclándose entre autores que cultivan la filosofía, la ciencia del derecho y el arte de la argumentación. Se pasea por su provincia más haciendo reminiscencias y confirmaciones de lo que ya sabe que aprendiendo cosas nuevas, si bien suele negarlo y, en esa aspiración a la totalidad que anida en los amantes del saber, se repite para sí “Ars longa, vita brevis”. Como todos los grandes, detesta el bullicio mundanal, huye de él, lo evita con acciones y gestos tan llenos de cordialidad que jamás nadie se sentiría rechazado por ello, porque siempre se pone a recaudo de zaherir al otro. Es más, aun en los casos en que ese otro pretendiera ofenderlo, él administra sus dones de una forma muy parecida a como lo hace el sándalo, “que perfuma el hacha que lo hiere”.

Fue miembro de la Cámara Penal de la Corte de Apelacion del Departamento Judicial de Santiago, donde, amén de sus competencias técnicas, sobresalió por su gran sentido de justicia y actitud armónica para con sus pares y con los abogados en ejercicio. Luego, como reconocimiento a tales atributos, fue designado presidente de la Corte de Apelacion Plena de Puerto Plata, lo que, conjugado con su proverbial espíritu científico, le proveyó el aval para lanzarse al ejercicio privado de la profesión de abogado. Llegó a la ciudad de Santo Domingo por allá por el año de 2013 y, con solo once años allí, impuso su marca personal mediante un modelo de ejercicio profesional que pudiera calificarse de impecable y muy exitoso, tanto por su erudición como por la acertada solución lograda en los casos más difíciles y sonados de los que ha debido ocuparse ante la justicia dominicana en los últimos diez años.

Con todo, Pedro Virginio Balbuena sigue ahí, reluctante a dejarse seducir por la vanidad y caer en la fango de quienes, por todo atributo, apenas si poseen la certeza de la ignorancia. No solo rehuye del ruido, sino que evita hacerlo. Parece haber descubierto temprano que, mientras más vacía está la carreta, mucho más ruido hacen sus ejes cuando aquella se desplaza: en medio de sus logros más significativos en el plano profesional, aún conserva la ética del silencio y le es indiferente el cacareo hijo del huevo gallináceo. Como si fuera consciente de que la diferencia entre el huevo de la gallina y el del esturión viene dada por el precio de uno y de otro, y que pertenece a una rara estirpe de esturiones solo comparable con la que aporta los huevos para el caviar Beluga Iraní, muy a pesar de que aquellos no han aprendido el “arte” del cacareo. De esa actitud, nace el oxímoron que da título a este artículo.

Recientemente la Suprema Corte de Justicia decidió la absolución de un famoso político acusado de lavado de activos, en cuyo equipo de defensa técnica participó, siendo elemento decisivo en los resultados alcanzados. Mas, aun así, se resiste a hacer de tales resultados un instrumento de ridículo marketing al estilo de los que buscan, por medio de semejantes artificios, construirse un falso abolengo de ser los mejores. Y no descarto que asuma esa actitud con cierto sentimiento de compasión por los que así obran, en la la inteligencia de que, como dice uno de mis filósofos favoritos, Mito Núñez, “aparentar algo, es más difícil que serlo realmente”. Imagínese usted el infierno que supone andar por ahí diciendo que se tiene un acervo que los hechos desmienten a cada paso. Por eso no parece importarle que, en muchas ocasiones, otro enarbole como suyo el éxito hijo de su exclusiva y abnegada dedicación al aprendizaje del derecho: con el tiempo, los clientes, a fuerza de puras decepciones, seguramente irán a recalar al puerto seguro de su erudición. Se sabe seguro miembro de cierta suerte de “liga de la hiedra” del derecho dominicano, esa élite del ejercicio del derecho que componen aquí profesionales de la talla de Eduardo Jorge Prats, Juan Manuel Guerrero, Manuel Fermín Cabral, Olivo Rodríguez, Luis Miguel Pereyra, Tony Delgado, José Luis Taveras, Eric Raful, y otros a quienes pido excusas por no mencionar -la memoria suele traicionar-, pero que con iguales atributos son los dueños del prestigio en el ejercicio de la profesión de abogado en la República Dominicana.

Me complace sobremanera que ellos, con su abolengo, constituyan verdaderos paradigmas que los futuros abogados deberán tomar en cuenta si quieren ser exitosos.  Y en cuanto a Pedro, en mi caso personal, seguiré beneficiándome de ese discreto magisterio que ejerce y del que me hace acreedor con sus sabias orientaciones y referencias bibliográficas, las cuales me dispensa sin tapujos, pues no está en su naturaleza apropiarse egoístamente del conocimiento. Estoy más que seguro que este artículo, lejos de estimular su vanidad, si alguna, perturbará la paz que disfruta en la serena cotidianidad de su oficio. Pero siento que solo le hago justicia, y no suelo rehuir esos reclamos de mi fuero interno. Como colofón, al preguntarle sobre las razones por las que no “cacareó” un poco su último logro, pudiendo contribuir con ello a delimitar su prestigio del “prestigio”, parcamente respondió: “me conoces, no es mi estilo”.


 

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