La misteriosa personalidad de Abel Martínez Durán
Por : Emerson Soriano
emersonsoriano@hotmail.com
“No es lo mismo hablar que decir.
Cuando el rayo habla, dice oscuridad».
George Steiner.
Este es un artículo parcial, como no podía ser de otro modo, pues nada es imparcial ni desinteresado. Es un artículo sobre política. Y la política -que deriva de nuestra ínsita gregariedad-, tiene por objetivo el poder en sus más variadas manifestaciones, elemento resumido, este último, en la capacidad de incidir en la toma de decisiones -en este caso una decisión electoral- conforme una visión ideológica, ya propia, ya ajena, pero coincidente con la nuestra. Un aroma biopolítico invade irremediablemente nuestra cotidianidad en su desempeño más simple. Sería entonces hipócrita de mi parte querer dar a este artículo la engañosa apariencia de una imparcialidad que nunca será. Insisto, es parcial y me enorgullece que así sea, pues no tengo “doble agenda”.
En los últimos días he visto llevar y traer el nombre de Abel Martínez Durán de boca en boca, en la mayoría de los casos conjeturando acerca de sus potencialidades electorales y a partir del “análisis” de una infinidad de variables que van desde su perfil personal (competencias, temperamento y carácter) hasta la plataforma política que lo sostiene, pasando por las declaraciones de Charles Mariotti, Francisco Javier García, Danilo Medina y, por supuesto, las del propio Abel Martínez Durán en reacción a estas.
Los adversarios políticos de Abel Martínez Durán se frotan las manos ante lo que se han aventurado a denominar una debacle de su candidatura, falaz y errónea apreciación pretextada en algunas declaraciones hechas por algunos compañeros de su partido que, en apariencia, no son consistentes con un posicionamiento decididamente importante de la figura de Abel Martínez Durán en la preferencia del electorado. Tanto es así que, descuidando la promoción de sus propios candidatos, han asumido como estrategia la recurrente mención de las debilidades de Abel Martínez Durán ante aquellos, en la también falsa e infundada pretensión de que los suyos son “tan conocidos” que tienen asegurada su elección para dirigir los destinos del país. Eso me hace evocar algo que me enseño mi madre: “Negar a Dios es una forma de afirmar que existe”. Abel Martínez Durán está ahí, imposible de ser ignorado, afirmado en su proyecto por la propia vocación divulgante de los adversarios que lo niegan.
Considero una dicha para Abel Martínez Durán que sus propios adversarios hayan decidido asumir una estrategia fundada en la mención recurrente de su nombre -sin importar si de negación o reconocimiento se trate-, máxime, cuando el “argumento” más esgrimido en tal estrategia es la condición de desconocido de Abel Martínez Durán. La suma de tales afanes va construyendo una formidable campaña a favor de Abel Martínez Durán que éste aprovecha en el universo de su productivo silencio, seguro de sí mismo y confiado en el instinto maestro que define sus acciones y sus omisiones. Y aquí arribo a los delicados aspectos personales que se cuestionan de Abel Martínez Durán y que para algunos de sus oponentes constituyen la “Roca Tarpeya” de sus aspiraciones.
Unos arguyen que no tiene las competencias para dirigir un país. Y yo me pregunto, con excepción de Joaquín Balaguer, ¿qué otro político ha llegado a la presidencia con un aval de experiencia de Estado más abarcador que el de Abel Martínez Durán? Tiene experiencia en todos los demás poderes del Estado, lo que incluye al primero, Poder Legislativo, donde llegó a ocupar por varios años la presidencia de la Cámara de Diputados; el Poder Judicial, donde se desempeñó como Procurador Fiscal y, ahora, el espacio de poder al que Juan Pablo Duarte concedía mayor importancia en su Proyecto de Nación, la municipalidad. En todos ha tenido un excelente desempeño. Lo que quiere decir que podrá haber otros con su acervo, pero ninguno que lo supere en términos de competencias para administrar la cosa pública.
En lo relativo al carácter y al temperamento de Abel Martínez Durán, es sabido que la vanidad humana suele disfrutar de los hombres heterónomos, siempre prestos a asumir los criterios ajenos, porque estos ofrecen un terreno más fértil para el dominio. A nadie le gusta encontrarse en los caminos políticos con alguien dueño de una asertividad tal que estropea el ego ajeno. Esta estirpe de hombres, aunque escuche a todos, decide con arreglo a su particular instinto, y esto, en modo alguno puede ser visto como dañoso per se, siempre que se haga concursar con ello la inteligencia. La mayoría de los grandes hombres de la historia gestionaron la política y el poder apegado a esta práctica. Charles De Gaulle, en su obra “El filo de la espada”, citado por Richard Nixon en su obra “Líderes”, consideraba tres cualidades cruciales que debía poseer un líder: […para trazar el camino apropiado, necesita inteligencia e instinto, y para persuadir a la gente que avance por ese camino, necesita autoridad.]. Según Nixon, De Gaulle señaló que […los líderes han comprendido siempre la importancia crucial del instinto. Alejandro lo llamó su “esperanza”, César, su “suerte” y Napoleón su “estrella”.]. Y continúa Nixon [… Cuando decimos que un líder tiene “visión” o “sentido de la realidad”, de hecho, damos a entender que comprende instintivamente cómo funcionan las cosas. El instinto, según De Gaulle, permite al líder “ir al fondo de las cosas”. “Nuestra inteligencia puede proporcionarnos el conocimiento teórico, general, abstracto de lo que es, pero solo el instinto puede hacernos sentir lo práctico, lo particular, lo concreto”, escribió.]. El abordaje que hace Richard Nixon sobre De Gaulle resulta fascinante. Nos cuenta que, para De Gaulle, el líder ha de agregar otras tres cualidades más concretas: misterio, carácter y grandeza. […“primero, y por encima de todo -declaró-, no puede haber prestigio sin misterio, pues la familiaridad engendra el desprecio. Todas las religiones tienen sus tabernáculos, y ningún hombre es un héroe para su criado. En sus planes y su conducta, el líder siempre ha de tener algo que los demás no puedan penetrar por completo, que los intrigue, los inquiete y atraiga su atención”.] ((Richard Nixon, “Líderes”, junio de 1983).
Fundado en lo anterior, mi espíritu está tranquilo, rechaza las voces agoreras de los acomodadores de encuestas, porque comprendo -y sé en verdad- que el pueblo elector está experimentando lo que pudiera llamarse la negación de una negación, traducida, como es lógico, en la afirmación de Abel Martínez Durán, y hecha manifiesta en el entendimiento de su carácter, en la confianza en su valioso y certero tacto y, sobre todo, en la comprensión de la inteligencia que posee para guiar su proyecto hacia la cúspide del éxito. Además, nunca se puede hacer juicios completos con informaciones incompletas: presiento que todo el cuadro manifiesto hasta ahora, constituye apenas si un simple eslabón de todo un entramado estratégico precedente y conducente a una concienciación de la población acerca de las verdaderas dimensiones del liderazgo de Abel Martínez Durán, a provocar el accionar de los tímidos políticos o el de los aliados en cierto estado de reposo inducido por odiosas indiferencias -este mismo artículo pudiera, acaso, ser parte del resultado de esa estrategia-, a mostrar la necesidad ajena de una alianza para las elecciones de febrero próximo, muy a pesar de la seguridad con que se cacarean ciertas autosuficiencias. A los vientos y mareas adversas, se opondrá la presciencia de Abel Martínez Durán, seguro presidente en el 2024.